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Bienvenidos... Recomendación de esta semana Los esclavos, de Jacques Sternberg

sábado, 10 de febrero de 2018

Puntos de apoyo - Laura Nicastro

Vereda sobre avenida céntrica. Ella joven, calzas violeta, ojotas; él, parlanchín. Venden anteojos oscuros expuestos sobre una tabla sostenida por dos cajones. En una esquina de la superficie, una nena de ¿tres años? hace dibujos con un bolígrafo sobre una hoja de papel.
Calzas Violeta mira el reloj. "Vamos" dice, y guarda la mercadería hasta despejar la tabla. La criatura sigue dibujando. "Correte, nena". El hombre se lleva la madera. La niña apoya el papel sobre uno de los cajones, continúa garabateando. El hombre regresa. Dice: "A ver, chiquita" y retira la caja. Ella posa el papel sobre el restante cajón, dibuja. "Correte, nena" exhorta Calzas Violeta. las manitas, el papel y el bolígrafo han quedado en el aire. la niña descubre el umbral de una puerta. Va hasta allí, se agacha y sigue su tarea. Pero enseguida Calzas Violeta toma el papel, lo hace un bollo y lo tira. Guarda el bolígrafo.
"Vamos" dice y la nena se aferra a la mano que la guiará, inexorable, hacia su destino.

                                                         FIN

El olor de mamá - Patricia Richmond

Hoy el silencio suena diferente, como si tañera campanas en el huracán. Debe ser el hombre de los helados, que se acerca con su camioneta, avisando de que vamos a ser uno más. Le pediré un cucurucho de vainilla, para recordar a mamá, y lo compartiré con el niño nuevo.

                                                                      FIN

El viajero del tiempo - Sir Helder Amos


—Todo listo, Sr. Verne —anunció el científico, cuando hubo establecido los años 1.800s en la máquina del tiempo-. Y recuerde, no puede hablar del futuro en el pasado porque podría...

—No te preocupes -lo interrumpió Julio, sonriendo pícaramente, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad—. Haré que todo parezca ficción.

                                                                          FIN

Partida de caza - Sergio F. S. Sixtos



El cazador de sueños acechaba. Apuntó su arma y disparó: el sueño cayó fulminado. El cazador lo ató y se preguntó cuánto pagarían por el sueño. Se lo puso a cuestas y salió de la mente de Alicia. Ella dejaría de soñar con el País de las Maravillas para siempre.

                                                                                      FIN

Treta - Daniel Castillo

Mi abuelo fue un mago frustrado. Solía presumir sus fallidos trucos en las cenas familiares, donde nadie le prestaba atención. 
Cuando falleció, su cuerpo desapareció repentinamente del cajón mortuorio. Al abrirlo, un inocente conejillo blanco, con un inquietante parecido familiar, nos miró, guiñó un ojo y se alejó saltando alegremente.
                                                                               FIN

Precisión - Daniel Castillo

El lanzador de puñales se plantó nervioso al frente de la hermosa equilibrista de la cual había estado enamorado en silencio y lanzó el puñal. Ella se desplomó un segundo después, con su pecho sangrante. Se lo había advertido hacía tiempo: algún día, él también iba a partirle el corazón.

                                                                                   FIN

Infortunio - Daniel Castillo



Un paseo a la luz de la luna bajo los árboles del parque parecía ser el mejor preludio de un romance apasionado. Pero cuando el refulgente astro asomó en el horizonte, también lo hicieron un par de colmillos en la boca de su amado.

Una bala de plata, disparada oportunamente contra el pecho del hombre lobo, la salvó de un cruenta muerte. Su salvador, un enmascarado solitario de camisa azul y montado en un blanco caballo, la saludó entonces muy cortésmente.

Cuando ya imaginaba una romántica aventura del oeste, él se vio obligado a marcharse con su amigo indio Toro para detener a unos forajidos que acababan de asaltar el banco.
A este paso, jamás iba a casarse.
Su madre se lo había recalcado muchas veces ya, cada vez que podía, desde aquel lejano día en que su prometido, el Hombre Araña, sucumbió a una desafortunada lluvia del insecticida casero con el que rociaba sus cobijas: los romances desafortunados eran su destino.

                                                                      FIN

La justicia - Salarrué

-Hijo mío -decía el Rey Padre-, no debes preferir nunca la justicia humana a la divina justicia.
-Entonces, oh padre -respondió el Príncipe-, quiero comer esta noche en la mesa de mis sirvientes.
Frunció el Rey el entrecejo y apuntó:
-Pero no olvides que tu misión comprende el mantenerte en cierta posición sobre tus súbditos, para que éstos no olviden que has sido dado a ellos como Rey y Señor por la Justicia Divina.
-En tal caso -repuso el joven Príncipe-, la Justicia Divina no es la Justicia del Bien.
FIN

La joven del abrigo largo - Vicente Huidobro

Cruza todos los días la plaza en el mismo sentido.
Es hermosa. Ni alta ni baja, tal vez un poco gruesa. Grandes ojos, nariz regular, boca madura que azucara el aire y no quiere caer de la rama.
Sin embargo, tiene un gesto amargado y siempre lleva un abrigo largo y suelto. Aunque haga un calor excepcional. Esta prenda no cae jamás de su cuerpo. Invierno y verano, más grueso o más delgado, siempre el sobretodo como escondiendo algo. ¿Es que ella es tímida? ¿Es que tiene vergüenza de tanta calle inútil?
¿Ese abrigo es la fortaleza de un secreto sentimiento de inferioridad? No sería nada raro. Por eso tiene un estilo arquitectónico que no sabría definir, pero que, seguramente, cualquier arquitecto conoce.
Tal vez tiene el talle muy alto o muy bajo, o no tiene cintura. Tal vez quiere ocultar un embarazo, pero es un embarazo demasiado largo, de algunos años. O será para sentirse más sola o para que todas sus células puedan pensar mejor. Saborea un recuerdo dentro de ese claustro lejos del mundo.
Acaso quiere sólo ocultar que su padre cometió un crimen cuando ella tenía quince años.
FIN

La jirafa - Juan José Arreola

Al darse cuenta de que había puesto demasiado altos los frutos de un árbol predilecto, Dios no tuvo más remedio que alargar el cuello de la jirafa.
Cuadrúpedos de cabeza volátil, las jirafas quisieron ir por encima de su realidad corporal y entraron resueltamente al reino de las desproporciones. Hubo que resolver para ellas algunos problemas biológicos que más parecen de ingeniería y de mecánica: un circuito nervioso de doce metros de largo; una sangre que se eleva contra la ley de la gravedad mediante un corazón que funciona como bomba de pozo profundo; y todavía, a estas alturas, una lengua eyéctil que va más arriba, sobrepasando con veinte centímetros el alcance de los belfos para roer los pimpollos como una lima de acero.
Con todos sus derroches de técnica, que complican extraordinariamente su galope y sus amores, la jirafa representa mejor que nadie los devaneos del espíritu: busca en las alturas lo que otros encuentran al ras del suelo.
Pero como finalmente tiene que inclinarse de vez en cuando para beber el agua común, se ve obligada a desarrollar su acrobacia al revés. Y se pone entonces al nivel de los burros.
FIN

La isla del tesoro - Slawomir Mrozek

Cortando la maleza con machetes, avanzábamos despacio hacia el interior de la isla. Por fin estábamos sobre la pista correcta. Con un último esfuerzo encontraríamos el legendario tesoro del capitán Morgan.
—Aquí —dijo Gucio, mi compañero, y clavó el machete en el suelo bajo un baobab de amplias ramas. Era el lugar que, antaño, en un mapa cifrado, había señalado con una cruz la propia mano del capitán.
Tiramos los machetes y agarramos las palas. Pronto descubrimos un esqueleto humano.
—Todo concuerda —dijo Gucio—. Bajo el esqueleto debe haber un cofre.
Allí estaba. Lo sacamos del hoyo y lo pusimos debajo del baobab. El sol llega a su cenit, los monos, excitados, saltaban de una rama a otra; el esqueleto mostraba sus dientes, sonriente. Respirando pesadamente, nos sentamos encima del cofre.
—Quince años —dijo Gucio.
Era el tiempo que había transcurrido desde que empezáramos a buscar el tesoro.
Apagamos los cigarrillos y cogimos unas barras de hierro. Los monos gritaban cada vez más, al igual que los loros. Finalmente, la tapa cedió.
En el fondo del cofre yacía una hoja de papel y en ella estaba escrito: “Bésenme el culo. Morgan”.
—El objetivo nunca es lo importante —dijo Gucio—. Lo que cuenta es el esfuerzo de perseguirlo, no el hecho de alcanzarlo.
Maté a Gucio y volví a casa. Me gustan las moralejas, pero sin pasarse.
FIN

La invención de Ramón - José Donoso

¿No la conoces? Es Sylvia Corday, la de Ramón del Solar… Ya sabes toda esa historia. Sí, parece que la hubieran armado con módulos de plástico, como a un maniquí de escaparate. Dicen que no tiene cara. Facciones, desde luego, no tiene. ¿Dónde está la nariz, por ejemplo? Nadie jamás se la ha visto. Dicen que ni Ramón. Todas las mañanas se sienta delante del espejo y se inventa la cara, se la pinta como quien pinta una naturaleza muerta, por ejemplo, o un retrato… después, claro que Ramón la ha armado pieza por pieza para que ella pueda, bueno, no sé, bañarse, y esas cosas. A veces uno ve a Ramón durante semanas enteras sin Sylvia. Uno le pregunta por ella y él contesta que está en Cappadocia posando para Vogue; está muy de moda Cappadocia ahora. Ya iremos todos. Con Raimunda y Ricardo estamos pensando organizar un charter. Pero es mentira que está en Cappadocia. Sylvia jamás ha estado más allá de Tarrasa. Es porque se ha aburrido con ella y no la arma y no la pinta. Deja guardadas todas las piezas en una caja especial: durante esas semanas Ramón descansa y ella también; por eso es que ella está tan increíblemente joven, porque durante esas semanas que pasa guardada y sin armar el tiempo no transcurre para ella. Después, cuando Ramón la comienza a echar de menos otra vez, la vuelve a armar y salen juntos a todas partes.
FIN

La inmolación por la belleza - Marco Denevi

El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.
FIN

La infancia de Zoroastro - Voltaire

En aquellos tiempos había muchos magos, muy poderosos, que vaticinaban que llegaría un día en que Zoroastro sabría más que ellos y los hundiría. El príncipe de los magos hizo que llevaran al niño a su casa con la intención de abrirle un canal, mas al iniciar esta operación se le secó la mano. Lo arrojaron al fuego para que muriera abrasado y el fuego se transformó para él en un baño de agua de rosas. Lo dejaron entre una manada de lobos y estos fueron a buscar dos ovejas que lo amamantaron toda la noche. Finalmente, comprendiendo que no podían quitarle la vida, lo devolvieron a su madre, la más excelente de todas las mujeres.
FIN