Un paseo a la luz de la luna bajo los árboles del parque parecía ser el mejor preludio de un romance apasionado. Pero cuando el refulgente astro asomó en el horizonte, también lo hicieron un par de colmillos en la boca de su amado.
Una bala de plata, disparada oportunamente contra el pecho del hombre lobo, la salvó de un cruenta muerte. Su salvador, un enmascarado solitario de camisa azul y montado en un blanco caballo, la saludó entonces muy cortésmente.
Cuando ya imaginaba una romántica aventura del oeste, él se vio obligado a marcharse con su amigo indio Toro para detener a unos forajidos que acababan de asaltar el banco.
A este paso, jamás iba a casarse.
Su madre se lo había recalcado muchas veces ya, cada vez que podía, desde aquel lejano día en que su prometido, el Hombre Araña, sucumbió a una desafortunada lluvia del insecticida casero con el que rociaba sus cobijas: los romances desafortunados eran su destino.
FIN
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