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Bienvenidos... Recomendación de esta semana Los esclavos, de Jacques Sternberg

lunes, 5 de marzo de 2018

Kamasutra - Carmen de la Rosa

Después de que la mujer elástica y el hombre forzudo hubieran practicado por primera vez acrobáticas posturas amorosas, en su roulotte, a la hora de la siesta, él, tierno y solícito, vuelve a encajarle a ella los húmeros en las escápulas, los fémures en los acetábulos, los radios en los escafoides. Ninguno de los dos ha disfrutado tanto nunca.


                                                              FIN

sábado, 10 de febrero de 2018

Puntos de apoyo - Laura Nicastro

Vereda sobre avenida céntrica. Ella joven, calzas violeta, ojotas; él, parlanchín. Venden anteojos oscuros expuestos sobre una tabla sostenida por dos cajones. En una esquina de la superficie, una nena de ¿tres años? hace dibujos con un bolígrafo sobre una hoja de papel.
Calzas Violeta mira el reloj. "Vamos" dice, y guarda la mercadería hasta despejar la tabla. La criatura sigue dibujando. "Correte, nena". El hombre se lleva la madera. La niña apoya el papel sobre uno de los cajones, continúa garabateando. El hombre regresa. Dice: "A ver, chiquita" y retira la caja. Ella posa el papel sobre el restante cajón, dibuja. "Correte, nena" exhorta Calzas Violeta. las manitas, el papel y el bolígrafo han quedado en el aire. la niña descubre el umbral de una puerta. Va hasta allí, se agacha y sigue su tarea. Pero enseguida Calzas Violeta toma el papel, lo hace un bollo y lo tira. Guarda el bolígrafo.
"Vamos" dice y la nena se aferra a la mano que la guiará, inexorable, hacia su destino.

                                                         FIN

El olor de mamá - Patricia Richmond

Hoy el silencio suena diferente, como si tañera campanas en el huracán. Debe ser el hombre de los helados, que se acerca con su camioneta, avisando de que vamos a ser uno más. Le pediré un cucurucho de vainilla, para recordar a mamá, y lo compartiré con el niño nuevo.

                                                                      FIN

El viajero del tiempo - Sir Helder Amos


—Todo listo, Sr. Verne —anunció el científico, cuando hubo establecido los años 1.800s en la máquina del tiempo-. Y recuerde, no puede hablar del futuro en el pasado porque podría...

—No te preocupes -lo interrumpió Julio, sonriendo pícaramente, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad—. Haré que todo parezca ficción.

                                                                          FIN

Partida de caza - Sergio F. S. Sixtos



El cazador de sueños acechaba. Apuntó su arma y disparó: el sueño cayó fulminado. El cazador lo ató y se preguntó cuánto pagarían por el sueño. Se lo puso a cuestas y salió de la mente de Alicia. Ella dejaría de soñar con el País de las Maravillas para siempre.

                                                                                      FIN

Treta - Daniel Castillo

Mi abuelo fue un mago frustrado. Solía presumir sus fallidos trucos en las cenas familiares, donde nadie le prestaba atención. 
Cuando falleció, su cuerpo desapareció repentinamente del cajón mortuorio. Al abrirlo, un inocente conejillo blanco, con un inquietante parecido familiar, nos miró, guiñó un ojo y se alejó saltando alegremente.
                                                                               FIN

Precisión - Daniel Castillo

El lanzador de puñales se plantó nervioso al frente de la hermosa equilibrista de la cual había estado enamorado en silencio y lanzó el puñal. Ella se desplomó un segundo después, con su pecho sangrante. Se lo había advertido hacía tiempo: algún día, él también iba a partirle el corazón.

                                                                                   FIN

Infortunio - Daniel Castillo



Un paseo a la luz de la luna bajo los árboles del parque parecía ser el mejor preludio de un romance apasionado. Pero cuando el refulgente astro asomó en el horizonte, también lo hicieron un par de colmillos en la boca de su amado.

Una bala de plata, disparada oportunamente contra el pecho del hombre lobo, la salvó de un cruenta muerte. Su salvador, un enmascarado solitario de camisa azul y montado en un blanco caballo, la saludó entonces muy cortésmente.

Cuando ya imaginaba una romántica aventura del oeste, él se vio obligado a marcharse con su amigo indio Toro para detener a unos forajidos que acababan de asaltar el banco.
A este paso, jamás iba a casarse.
Su madre se lo había recalcado muchas veces ya, cada vez que podía, desde aquel lejano día en que su prometido, el Hombre Araña, sucumbió a una desafortunada lluvia del insecticida casero con el que rociaba sus cobijas: los romances desafortunados eran su destino.

                                                                      FIN

La justicia - Salarrué

-Hijo mío -decía el Rey Padre-, no debes preferir nunca la justicia humana a la divina justicia.
-Entonces, oh padre -respondió el Príncipe-, quiero comer esta noche en la mesa de mis sirvientes.
Frunció el Rey el entrecejo y apuntó:
-Pero no olvides que tu misión comprende el mantenerte en cierta posición sobre tus súbditos, para que éstos no olviden que has sido dado a ellos como Rey y Señor por la Justicia Divina.
-En tal caso -repuso el joven Príncipe-, la Justicia Divina no es la Justicia del Bien.
FIN

La joven del abrigo largo - Vicente Huidobro

Cruza todos los días la plaza en el mismo sentido.
Es hermosa. Ni alta ni baja, tal vez un poco gruesa. Grandes ojos, nariz regular, boca madura que azucara el aire y no quiere caer de la rama.
Sin embargo, tiene un gesto amargado y siempre lleva un abrigo largo y suelto. Aunque haga un calor excepcional. Esta prenda no cae jamás de su cuerpo. Invierno y verano, más grueso o más delgado, siempre el sobretodo como escondiendo algo. ¿Es que ella es tímida? ¿Es que tiene vergüenza de tanta calle inútil?
¿Ese abrigo es la fortaleza de un secreto sentimiento de inferioridad? No sería nada raro. Por eso tiene un estilo arquitectónico que no sabría definir, pero que, seguramente, cualquier arquitecto conoce.
Tal vez tiene el talle muy alto o muy bajo, o no tiene cintura. Tal vez quiere ocultar un embarazo, pero es un embarazo demasiado largo, de algunos años. O será para sentirse más sola o para que todas sus células puedan pensar mejor. Saborea un recuerdo dentro de ese claustro lejos del mundo.
Acaso quiere sólo ocultar que su padre cometió un crimen cuando ella tenía quince años.
FIN

La jirafa - Juan José Arreola

Al darse cuenta de que había puesto demasiado altos los frutos de un árbol predilecto, Dios no tuvo más remedio que alargar el cuello de la jirafa.
Cuadrúpedos de cabeza volátil, las jirafas quisieron ir por encima de su realidad corporal y entraron resueltamente al reino de las desproporciones. Hubo que resolver para ellas algunos problemas biológicos que más parecen de ingeniería y de mecánica: un circuito nervioso de doce metros de largo; una sangre que se eleva contra la ley de la gravedad mediante un corazón que funciona como bomba de pozo profundo; y todavía, a estas alturas, una lengua eyéctil que va más arriba, sobrepasando con veinte centímetros el alcance de los belfos para roer los pimpollos como una lima de acero.
Con todos sus derroches de técnica, que complican extraordinariamente su galope y sus amores, la jirafa representa mejor que nadie los devaneos del espíritu: busca en las alturas lo que otros encuentran al ras del suelo.
Pero como finalmente tiene que inclinarse de vez en cuando para beber el agua común, se ve obligada a desarrollar su acrobacia al revés. Y se pone entonces al nivel de los burros.
FIN

La isla del tesoro - Slawomir Mrozek

Cortando la maleza con machetes, avanzábamos despacio hacia el interior de la isla. Por fin estábamos sobre la pista correcta. Con un último esfuerzo encontraríamos el legendario tesoro del capitán Morgan.
—Aquí —dijo Gucio, mi compañero, y clavó el machete en el suelo bajo un baobab de amplias ramas. Era el lugar que, antaño, en un mapa cifrado, había señalado con una cruz la propia mano del capitán.
Tiramos los machetes y agarramos las palas. Pronto descubrimos un esqueleto humano.
—Todo concuerda —dijo Gucio—. Bajo el esqueleto debe haber un cofre.
Allí estaba. Lo sacamos del hoyo y lo pusimos debajo del baobab. El sol llega a su cenit, los monos, excitados, saltaban de una rama a otra; el esqueleto mostraba sus dientes, sonriente. Respirando pesadamente, nos sentamos encima del cofre.
—Quince años —dijo Gucio.
Era el tiempo que había transcurrido desde que empezáramos a buscar el tesoro.
Apagamos los cigarrillos y cogimos unas barras de hierro. Los monos gritaban cada vez más, al igual que los loros. Finalmente, la tapa cedió.
En el fondo del cofre yacía una hoja de papel y en ella estaba escrito: “Bésenme el culo. Morgan”.
—El objetivo nunca es lo importante —dijo Gucio—. Lo que cuenta es el esfuerzo de perseguirlo, no el hecho de alcanzarlo.
Maté a Gucio y volví a casa. Me gustan las moralejas, pero sin pasarse.
FIN

La invención de Ramón - José Donoso

¿No la conoces? Es Sylvia Corday, la de Ramón del Solar… Ya sabes toda esa historia. Sí, parece que la hubieran armado con módulos de plástico, como a un maniquí de escaparate. Dicen que no tiene cara. Facciones, desde luego, no tiene. ¿Dónde está la nariz, por ejemplo? Nadie jamás se la ha visto. Dicen que ni Ramón. Todas las mañanas se sienta delante del espejo y se inventa la cara, se la pinta como quien pinta una naturaleza muerta, por ejemplo, o un retrato… después, claro que Ramón la ha armado pieza por pieza para que ella pueda, bueno, no sé, bañarse, y esas cosas. A veces uno ve a Ramón durante semanas enteras sin Sylvia. Uno le pregunta por ella y él contesta que está en Cappadocia posando para Vogue; está muy de moda Cappadocia ahora. Ya iremos todos. Con Raimunda y Ricardo estamos pensando organizar un charter. Pero es mentira que está en Cappadocia. Sylvia jamás ha estado más allá de Tarrasa. Es porque se ha aburrido con ella y no la arma y no la pinta. Deja guardadas todas las piezas en una caja especial: durante esas semanas Ramón descansa y ella también; por eso es que ella está tan increíblemente joven, porque durante esas semanas que pasa guardada y sin armar el tiempo no transcurre para ella. Después, cuando Ramón la comienza a echar de menos otra vez, la vuelve a armar y salen juntos a todas partes.
FIN

La inmolación por la belleza - Marco Denevi

El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.
FIN

La infancia de Zoroastro - Voltaire

En aquellos tiempos había muchos magos, muy poderosos, que vaticinaban que llegaría un día en que Zoroastro sabría más que ellos y los hundiría. El príncipe de los magos hizo que llevaran al niño a su casa con la intención de abrirle un canal, mas al iniciar esta operación se le secó la mano. Lo arrojaron al fuego para que muriera abrasado y el fuego se transformó para él en un baño de agua de rosas. Lo dejaron entre una manada de lobos y estos fueron a buscar dos ovejas que lo amamantaron toda la noche. Finalmente, comprendiendo que no podían quitarle la vida, lo devolvieron a su madre, la más excelente de todas las mujeres.
FIN

sábado, 27 de enero de 2018

Declaraciones periodísticas - Antonio Cruz

En declaraciones exclusivas concedidas al “PELOPONESO SPORTS” el afamado corredor Aquiles afirmó que si no hubiese sido detenido por un piquete que cortaba la ruta en las afueras de Elea, el cual lo mantuvo detenido durante varias horas y cuyo cabecilla era un sujeto llamado Zenón, él jamás habría sido derrotado por la tortuga.

                                                                          FIN

Ensueño - Sergio F. S. Sixtos



Soñó con el cielo al revés y al despertar, el cielo seguía en su lugar, el bien tan lejos del mal y la rabia al otro extremo de la serenidad.

                                                                        FIN

Juego de historias - Sergio F. S. Sixtos

Una vieja leyenda, invita a encender cien velas y narrar un cuento de terror por cada vela encendida. Al concluir cada historia, se apaga una vela. Se dice que en la narración número cien (en la oscuridad total), un fantasma aparecerá.

Alicia contó la última historia y apagó la vela; pasaron los minutos y nada ocurrió. Me levanté y encendí la luz, fue entonces cuando todos comenzaron a gritar.

                                                                        FIN

La incrédula - Edmundo Valadés

Sin mi mujer a mi costado y con la excitación de deseos acuciosos y perentorios, arribé a un sueño obseso. En él se me apareció una, dispuesta a la complacencia. Estaba tan pródigo, que me pasé en su compañía de la hora nona a la hora sexta, cuando el canto del gallo. Abrí luego los ojos y ella misma, a mi diestra, con sonrisa benévola, me incitó a que la tomara. Le expliqué, con sorprendida y agotada excusa, que ya lo había hecho.
-Lo sé –respondió-, pero quiero estar cierta.
Yo no hice caso a su reclamo y volví a dormirme, profundamente, para no caer en una tentación irregular y quizás ya innecesaria.
FIN

La imperturbabilidad de Buda - Anónimo. India

Durante muchos años el Buda se dedicó a recorrer ciudades, pueblos y aldeas impartiendo la Enseñanza, siempre con infinita compasión. Pero en todas partes hay gente aviesa y desaprensiva. Así, a veces surgían personas que se encaraban al maestro y le insultaban acremente. El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos, extrañados, le preguntaron:
-Señor, ¿cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos?
Y el Buda repuso:
-Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto.
FIN

La humildad premiada - Julio Torri

En una universidad poco renombrada había un profesor pequeño de cuerpo, rubicundo, tartamudo, que como carecía por completo de ideas propias era muy estimado en sociedad y tenía ante sí un brillante provenir en la crítica literaria.
Lo que leía en los libros lo ofrecía trasnochado a sus discípulos a la mañana siguiente. Tan inaudita facultad de repetir con exactitud constituía la desesperación de los más consumados constructores de máquinas parlantes.
Y así transcurrieron largos años hasta que un día, en fuerza de repetir ideas ajenas, nuestro profesor tuvo una propia, una pequeña idea propia luciente y bella como un pececito rojo tras el irisado cristal de una pecera.
FIN

La honda de David - Augusto Monterroso

Había una vez un niño llamado David N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera despertaba tanta envidia y admiración en sus amigos de la vecindad y de la escuela, que veían en él -y así lo comentaban entre ellos cuando sus padres no podían escucharlos- un nuevo David.
Pasó el tiempo
Cansado del tedioso tiro al blanco que practicaba disparando sus guijarros contra latas vacías o pedazos de botella, David descubrió que era mucho más divertido ejercer contra los pájaros la habilidad con que Dios lo había dotado, de modo que de ahí en adelante la emprendió con todos los que se ponían a su alcance, en especial contra Pardillos, Alondras, Ruiseñores y Jilgueros, cuyos cuerpecitos sangrantes caían suavemente sobre la hierba, con el corazón agitado aún por el susto y la violencia de la pedrada.
David corría jubiloso hacia ellos y los enterraba cristianamente.
Cuando los padres de David se enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho, le dijeron que qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y convincentes que, con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió sincero y durante mucho tiempo se aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros niños.
Dedicado años después a la milicia, en la Segunda Guerra Mundial David fue ascendido a general y condecorado con las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más tarde degradado y fusilado por dejar escapar con vida una Paloma mensajera del enemigo.
FIN

La gran comida - Bertolt Brecht

En la isla Thurö vivían un hombre y una mujer en medio de una austeridad absoluta. Durante toda su vida el hombre solo llevó camisas hechas de costales. En invierno, y por no calentar la casa, los dos se sentaban ante la puerta del establo abierta, y aprovechaban el calor del ganado. Cuando murieron, uno poco después del otro, fueron enterrados juntos, y, con los bienes que dejaron o mediante una colecta, se organizó una cena fúnebre en la que participó todo el pueblo, como manda la costumbre. Fue la única comida abundante que ofreció la pareja.
FIN

La francesa - Adolfo Bioy Casares

Me dice que está aburrida de la gente. Las conversaciones se repiten. Siempre los hombres empiezan interrogándola en español: «¿Usted es francesa?» y continúan con la afirmación en francés: « J’aime la France». Cuando, a la inevitable pregunta sobre el lugar de su nacimiento ella contesta «Paris», todos exclaman: «Parisienne!», con sonriente admiración, no exenta de grivoiserie como si dijeran «comme vous devez éter cochonne!». Mientras la oigo recuerdo mi primera conversación con ella: fue minuciosamente idéntica a la que me refiere. Sin embargo, no está burlándose de mí. Me cuenta la verdad. Todos los interlocutores le dicen lo mismo. La prueba de esto es que yo también se lo dije. Y yo también en algún momento le comuniqué mi sospecha de que a mí me gusta Francia más que a ella. Parece que todos, tarde o temprano, le comunican ese hallazgo. No comprendo -no comprendemos- que Francia para ella es el recuerdo de su madre, de su casa, de todo lo que ha querido y que tal vez no volverá a ver.
FIN

La fotogenia del fantasma - Gabriel García Márquez

Los fantasmas, acomodándose a las nuevas circunstancias, empiezan a aficionarse a la mecánica. En el domicilio del marqués de Ely, en Hove, cerca de Brighton, Londres, ha hecho su misteriosa aparición un fantasma que no es tan misterioso por ser fantasma como por ser un fantasma exclusivamente fotogénico. En su departamento particular, el joven marqués -25 años- tomó con luz artificial la fotografía de una amiga, convencido de que estaba solo con ella. Pero la fotografía reveló que el marqués se equivocaba: además de ellos, había un fantasma en la habitación. Un fantasma que nadie ha conocido personalmente sino en fotografía, y que por consiguiente nadie puede decir cómo es en realidad, pues no hay testimonio de que el conflictivo, original y modernizado espectro sea igual o por lo menos parecido a sus retratos.
FIN

La foto - Enrique Anderson Imbert

Jaime y Paula se casaron. Ya durante la luna de miel fue evidente que Paula se moría. Apenas unos pocos meses de vida le pronosticó el médico. Jaime, para conservar ese bello rostro, le pidió que se dejara fotografiar. Paula, que estaba plantando una semilla de girasol en una maceta, lo complació: sentada con la maceta en la falda sonreía y…
¡Clic!
Poco después, la muerte. Entonces Jaime hizo ampliar la foto -la cara de Paula era bella como una flor-, le puso vidrio, marco y la colocó en la mesita de noche.
Una mañana, al despertarse, vio que en la fotografía había aparecido una manchita. ¿Acaso de humedad? No prestó más atención. Tres días más tarde: ¿qué era eso? No una mancha que se superpusiese a la foto sino un brote que dentro de la foto surgía de la maceta. El sentimiento de rareza se convirtió en miedo cuando en los días siguientes comprobó que la fotografía vivía como si, en vez de reproducir a la naturaleza, se reprodujera en la naturaleza. Cada mañana, al despertarse, observaba un cambio. Era que la planta fotografiada crecía. Creció, creció hasta que al final un gran girasol cubrió la cara de Paula.
FIN

La fe y las montañas - Augusto Monterroso

Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. 
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
FIN

La flor del amor - Salarrué

La mariposa loca revoloteó junto a la rosa, con tan poco tino que se clavó en la espina y allí quedó muerta, con sus alas azulverdeoro, bellamente fláccidas, caídas sobre las hojas.
-¿Qué flor eres? -preguntó sorprendida y celosa la rosa reina del jardín.
-Soy la legítima flor del amor -repuso la espina orgullosa.
Y sin saberlo, decía la verdad.
FIN

miércoles, 17 de enero de 2018

Los siete trabajos de Hércules García - Daniel Frini



La hija del vasco Arreche era todo para Hércules. Pero para el vasco, García era, a todas luces, inferior a su pequeña y no la merecía. Cuando por fin se dio la combinación exacta entre ganas y miedo del novio y condescendencia del vasco, el galán pudo pedir la mano de Teresa. Arreche lo escuchó callado y dijo: 

—Vea, García, va a tener que demostrarme que puede mantener a mi hija. Trabajará para mí durante un tiempo, y si me satisface su labor, después hablamos de casamiento. 

Hércules accedió esperanzado. 
Debió matar a los doce chanchos del tano Bonifacini, a puros besos de lengua; aflojarle las ruedas al sulky del polaco Pyrik, que lo corrió a escopetazos; poner tinta china al agua bendita de la Iglesia del padre Juan; silbar el tango «Mi noche triste» medio tono más alto, mientras el vasco le apretaba, levemente, los testículos con una morsa; domar a la suegra del chileno Segovia, que ya había enterrado siete maridos; cobrar cinco pesos de entrada en la mesa catorce, para poder votar en las elecciones del año noventa y tres; y, finalmente, fotografiar en bolas a la intocable rusa Vielisky. La rusa lo sorprendió; pero en lugar de denunciarlo, lo invitó a pasar. García jamás regresó a lo de Arreche. Teresa quedó para vestir santos; y el vasco con una hija solterona y amargada, y sin las fotos de la rusa, que tanto ansiaba.

                                                                          FIN

El ataúd usado - Ada Inés Lerner

Después de discurrir largamente, mi hermano Simón decide que no es inconveniente que yo comparta el ataúd con el tío Ismael (fallecido allá lejos y hace tiempo). 
Dice Simón a la familia: es notable la diferencia de precio e ínfima la posibilidad de que, con el tiempo, la comunidad sospeche un incesto. 

La funeraria (el dueño es gentil) le ha ofrecido cremación y urna por un precio más conveniente y Simón – que ha extraviado los preceptos de la religión - aceptó.
A partir de ese treinta de abril comparto una vasija mortuoria con Ismael, judío liberal y viudo de primeras nupcias; se trata de un hombre desconocido para mí; eso es lo que a juicio de Simón evita los comentarios maledicientes y además – adujo - no puede ser atrevida tamaña cercanía con alguien que me lleva casi doscientos años.

                                                                                FIN

Irina - Ana María Caillet Bois

Irina guardaba un cuadro. Era una naturaleza muerta donde las frutas estáticas parecían tristes. Lo había heredado de su abuela y aunque a nadie de la familia le gustara, Irina lo conservaba como un tesoro. Siempre abría el viejo baúl y lo observaba a escondidas de los demás; pero un día le pareció que una gran manzana había desaparecido. Ella estaba segura de haberla visto justo al lado de un jugoso durazno, pero claro, era imposible. Sorprendida, pensó que se había equivocado, que siempre había sido así. Pasó un tiempo y con gran curiosidad volvió a abrir el viejo baúl. ¿Se estaba volviendo loca? Ahora en lugar de frutas bien acomodadas una al lado de la otra había un grupo de niños harapientos que se daba un festín.

                                                                        FIN

El método deductivo - Gabriel Jiménez Eman

Al abrir el periódico, vio que el asesino le apuntaba desde la foto. Lo cerró rápido, antes de que la bala pudiera alcanzarle en la frente. Dejó el periódico a un lado, todavía humeante.

                                                                     FIN
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La princesa y el dragón - Triunfo Arciénagas

Murieron trescientos hombres y otros tantos aún no se recuperan de las quemaduras. No le dieron muerte al dragón pero rescataron con vida a la princesa. No ha servido de nada. La muchachita escapó del castillo esta mañana.

                                                                     FIN

Una pasión en el desierto - José de la Colina

El extenuado y sediento viajero perdido en el desierto vio que la hermosa mujer del oasis venía hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas.
—¡Por Alá —gritó—, dime que esto no es un espejismo!
—No —respondió la mujer, sonriendo—. El espejismo eres tú.
Y, en un parpadeo de la mujer, el hombre desapareció.

                                                                          FIN

La liebre y la tortuga - José de la Colina

Jadeante hasta la agonía y poco antes de desplomarse al suelo, la Liebre le preguntó a la Tortuga:

— ¿Cómo es posible? ¿Tú? ¿Tú ganarme la carrera?

Y la Tortuga, mirándose las uñas, susurró:

— Lo siento, pero olvidé decirte que mi otro nombre es Muerte.

                                                                           FIN

Etcétera - José de la Colina

El actor, advirtiendo que su nombre se omitía en la crónica periodística del estreno, en la que sólo se decía: “Cumplieron bien con sus personajes los experimentados Fulano, Zutana, etcétera”, miró el etcétera con una lupa y descubrió levemente aliviado que, en fin, bueno, sí: allí, aunque algo apretujado, estaba él.

                                                                    FIN

Caperucita y el lobo - Jairo Aníbal Niño

El lobo entre los vapores de la borrachera mostró la larga cicatriz de su vientre y con voz aguardientosa dijo: Mi pena me ha lanzado a la pernicia y al vino. Mi desgracia es inmensa. Pero, ¿quién iba a malicia de la abuela? ¿Quién iba a pensar que en el sorbete de curuba hubiera echado un menjurje que me quitó las fuerzas? Impotente, sin poderme mover, vi cuando el cazador me abrió el vientre y sacó a Caperucita Roja a viva fuerza porque ella no quería salir, no quería abandonar me y se agarraba con sus manos de alabastro a mis entrañas y sin poder ayudarla di cuando se la llevaron a los empellones mientras ella lloraba de tristeza. Después me enteré de que la habían mandado muy lejos, a otra historia. Por eso, el nido que ella me dejó por dentro lo estoy llenando con vino.

                                                                       FIN 

Blasfemia - Jairo Aníbal Niño

Y Dios, desde la mata de su solitud, de las distancias y del tiempo, había emprendido la búsqueda. Como un aire de luz se desplazaba por el espacio infinito.

Se había posado en planetas de piel de niebla, en estrellas de entrañas irisadas, había viajado cubierto por el polvo de un sol moribundo, se había metido en interminables ojos estelares, y había llegado a galaxias llenas de un silencio blanco y duro.

Fatigado, descendió un día en un planeta calafateado por nieves eternas. Se dejó caer junto a una montaña gemidora y mirando hacia el espacio, hacia un solecito tibio y unos astros diminutos que lo acompañaban, decidió suspender la búsqueda, regresar a su estrella apagada, y el paroxismo de su soledad y desesperación, la blasfemia estalló en sus labios cuando dijo:

—He sido un iluso; el hombre no existe.

Decisión - Vivian Gornick

En 1907 Edmund Gosse pensó que tenía que dejar a su padre para convertirse en él mismo; setenta años después Geoffrey Wolff sabe que no puede hacerlo porque se ha convertido en su propio padre.

                                                                          FIN




El ahogado que nos traía caracoles - Gabriel García Márquez

Soñé con escribir un cuento del cual sólo tenía el título: El ahogado que nos traía caracoles. Recuerdo que se lo dije a Alvaro Cepeda Sumudio en una fragosa noche de la casa de amores de Pilar Ternera, y él me dijo: "Ese título es tan bueno que ya ni siquiera hay que escribir el cuento".

                                                                         FIN

El hombre - Gabriel García Márquez

El hombre había llegado caminando a un pueblo de artesanos y había preguntado por alguien a un hombre que laboraba con un tractor. Sin remedio: el tractor no volvió a funcionar. Lo mismo ocurrió a la máquina de coser de la costurera a quien hizo la misma pregunta poco después, y a todas las máquinas de oficios diversos con cuyos propietarios tuvo algo que ver. Hice muchas versiones antes de que el ángel de la guarda, que tan mal se ocupa de los escritores tercos, me convenció de que no insistiera más, por la razón más simple del mundo: era un cuento muy malo.

                                                                        FIN

El remordimiento - Jairo Aníbal Niño

Nadie supo jamás que Noé buscó desesperadamente el olvido en la borrachera del vino, porque el día gris en que el hambre y la desesperación empaparon al arca, él, en lo más oscuro de la bodega, había devorado la pareja de animales refulgentes de corazón dorado, capaces de cantar y con la facultad para contar historias por medio del baile. Eran los dos animales más bellos del mundo.

                                                                       FIN

El águila y los gallos - Esopo

Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas, hasta que al fin uno puso en fuga al otro.

El perdedor, resignado, se refugió en un matorral, dispuesto a pasar allí el resto de sus días. En cambio, muy ufano, el vencedor se subió a una tapia alta y se dedicó a cantar con gran estruendo. Mas no tardó un águila en caerle y raptarlo. 

Entonces el gallo que había perdido la riña se quedó con todo el gallinero.
              
                                                                   FIN

El león enamorado - Esopo

Un león, enamorado de la hija de un labrador, la pidió por esposa. El labrador, que no se atrevía a entregar a su hija a una fiera, ni tampoco podía negarse por el miedo que le tenía, se le ocurrió lo siguiente: como el león lo apremiaba continuamente, le dijo que lo consideraba digno de desposar a su hija, pero que no se la podía dar a menos que se dejara arrancar los dientes y cortar las uñas, porque esto es lo que le daba terror a la muchacha. El león, por amor, se dejó hacer las dos cosas, entonces el labrador, perdido todo el respeto hacia él, en cuanto se presentó lo echó a palos.

                                                                    FIN

El águila, el cuervo y el pastor - Esopo

Un águila se lanzó desde la cima de la montaña y atrapó un corderito.
Un cuervo, tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y no logró soltarse. 
Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, le recortó las puntas de sus alas y se lo llevó a sus niños.
Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, sólo es un cuervo, pero él se cree águila.

                                                                         FIN

Ícaro - Elmo Valencia

Ícaro comenzó a prepararse para la grande aventura. Cuando llegó el momento culminante levantó vuelo y comenzó a sondear el Universo de Cielo. Recorrió su cintura; bajó varias veces por los muslos hasta el límite de los pies; estudió con detenimiento el corazón, pues le mortificaba saber que ese órgano tan lleno de bondad y sabiduría fuera tan falsamente comprendido; atravesó la vía láctea de sus senos dejando en su pecho un resplandor de luz anaranjada. Se internó por la garganta y conoció la andrómeda de sus labios; subió hasta los dos astros de sus ojos, y allí por primera vez Cielo e Ícaro se miraron mutuamente. Le dio varias vueltas al planeta del cerebro, avanzó tal vez buscando el milagro de la vida por entre los brillantes tejidos de la carne, se cercioró de la blancura de los huesos y, finalmente, embriagado de tanta belleza, cayó en el torrente circulatorio de Cielo y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre, quedó girando y girando hasta que Ícaro se agotó como un meteoro.

                                                                        FIN

Amantes - Francisco Rodríguez Criado

Imposible ignorar la identidad de aquella mujer recostada sobre su pecho. Era su esposa, la madre de sus hijos, quién si no. Pero había regresado del sueño con tantos deseos de dar y recibir, que sucumbió a la fantasía más infame: pensó que era una desconocida y la estrechó cariñosamente entre sus brazos. Ella, envuelta aún en la resaca del sueño, no pudo sospechar que aquellos brazos dulces pertenecían a su marido. Nunca antes, reflexionaron cuando todo hubo acabado, habían sido tan infieles el uno al otro. El llanto de un niño, procedente de una de las habitaciones contiguas, no hizo sino agravar ese sentimiento. Y no por amor sino para repartirse la losa de la culpa, volvieron a abrazarse.

                                                                         FIN

La zorra y los racimos de uvas - Esopo

Una zorra hambrienta vio, colgados de una parra, unos deliciosos racimos de uvas.
Saltó varias veces y no pudo alcanzarlos. Al fin, se alejó diciéndose:

-Ni siquiera me agradan, están tan verdes.

                                                             FIN

La zorra y el leñador - Esopo

Una zorra, perseguida por los cazadores, llegó a la casa de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre la dejó entrar.
Casi de inmediato llegaron los cazadores y le preguntaron si había visto a la zorra.
El leñador les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señaló el rincón de la casa donde se había escondido.
Los cazadores no comprendieron la seña y se confiaron únicamente en la palabra.
La zorra, al verlos marcharse, salió sin decir nada.
-¿No me das las gracias por haberte salvado? -le reprochó el leñador.
Y la zorra respondió:
-Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.

                                                                    FIN

La zorra y el espino - Esopo

Una zorra que saltaba sobre unos montículos estuvo de pronto a punto de caerse. Se agarró a un espino para evitar la caída, pero sus púas le hirieron las patas.


-Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido -dijo, adolorida.

- Tu tienes la culpa por agarrarte a mí -respondió el espino-. Hiero a todo el mundo y tú no eres la excepción.

                                                                       FIN