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Bienvenidos... Recomendación de esta semana Los esclavos, de Jacques Sternberg

sábado, 30 de diciembre de 2017

Intervalo de cinco minutos - Francis Picabia

Yo tenía un amigo suizo llamado Jacques Dingue que vivía en el Perú, a cuatro mil metros de altitud. Partió hace algunos años para explorar aquellas regiones, y allá sufrió el hechizo de una extraña india que lo enloqueció por completo y que se negó a él. Poco a poco fue debilitándose, y no salía siquiera de la cabaña en que se instalara. Un doctor peruano que lo había acompañado hasta allí le procuraba cuidados a fin de sanarlo de una demencia precoz que parecía incurable.
Una noche, la gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que habían acogido a Jacques Dingue. Todos, sin excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima… También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó.
Ahora bien, todos los indios tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado… Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa, pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas, tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro le acercaba la cabeza sosteniéndola por la nariz; pero a la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquélla no presentaba más que una sola circunvolución y parecía afectar la forma de un par de nalgas…
FIN

Instrucciones para llorar - Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
FIN

Instrucciones para cantar - Julio Cortázar

Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo.
Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.
FIN

Incomparecencia - Fernando Pessoa

Hacía una bonita tarde de abril, domingo.
Pero aún más bonito era el pensamiento de que vería a Raquel. Ella solía pasar por allí diariamente, pero solo los domingos podía verla, pues, en los días de semana, a esa hora estaba en el reparto… Pero iba a verla hoy y solo de pensar en eso me alegraba. Todo hombre que ama sabe que nada hay superior al amor… Pero cuesta esperar y ya había pasado una hora, dos, tres, cuatro… ¡ven que se va a hacer tarde! Era ya una noche de abril que se trataba de convertir en un otro día de abril y sin que apareciera Raquel. Estaba dispuesto a marcharme, pero el amor me rogó que esperara… y esperé.
Hasta que, ¡al fin! Oigo pasos desde el otro lado de la esquina. Me apresuro, corro, tuerzo la esquina y caigo en los brazos… ¡de un lotero!: «Oh, Dios mío, me queda solo el mil quinientos cincuenta y cuatro y mañana es el sorteo».
¡Faltar a la cita! ¡Desilusión! Pero, para hacer algo, acabé comprándole el décimo y continué hacia mi casa.
Al día siguiente, ¡me vino la gran suerte! ¡Ah!, ¡se me presentó la Providencia! Claro, tuvo que ser la Providencia la que, a cambio de aquella incomparecencia de Raquel, me mandó al lotero en su lugar. ¡Ah, Dios es bueno!
Hace poco traté de engañarme, amigos míos. Hay algo superior al amor, y eso es la pasta.
FIN

Inadmisible - Ambrose Bierce

Según las reglas de la evidencia judicial ninguna de las afirmaciones de la Biblia sería admisible ante un tribunal. Tampoco podría probarse que la batalla de Blenheim se libró, que existió Julio César, que hubo un imperio asirio. En cambio, y puesto que los archivos judiciales constituyen evidencia admisible, puede probarse fácilmente que han existido poderosos y perversos magos que fueron un azote para la humanidad. La evidencia (confesiones inclusive) que sirvió para condenar y ejecutar por hechiceras a ciertas mujeres, no tenía fallas; aun hoy es inatacable. Las decisiones judiciales fundadas en ella eran justas dentro de la lógica y la ley. Nada está mejor probado ante un tribunal que los cargos de brujería que llevaron a tantos a su muerte. Si las brujas no existieran, el testimonio humano y la razón humana carecerían igualmente de valor.
FIN

Una noche en un hotel - Slawomir Mrozek


Estaba a punto de dormirme cuando detrás de la pared se dejó oír un fuerte golpe.

“Ya está, ahora empezará aquello —pensé—. Será igual que en aquella famosa anécdota. El vecino se quitó un zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no podré dormir hasta que se quite el otro y vete a saber cuánto rato tendré que esperar a que lo haga”.
Así que cuál no sería mi alivio cuando enseguida se dejó oír el segundo golpe.
Me estaba durmiendo de nuevo cuando detrás de la pared sonó un tercer estrépito que me quitó el sueño.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Acaso mi vecino tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a ponerse un zapato y se lo había quitado de nuevo? Poco probable. Así que, por lo visto, tenía dos vecinos.
Y comenzó mi tormento,justo como lo había previsto. Lo único que me permitía resistir era la esperanza de que de un momento a otro tenía que quitarse el otro zapato. Sin embargo, la noche transcurría y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba.
No pegué ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar totalmente agotado. Encontré a mi vecino. Busqué con la mirada al otro, pero no estaba, sólo había uno. Ese otro seguramente se había dormido hecho una cuba y continuaba durmiendo con un zapato puesto.

—¿Tiene ratones en su habitación? —inquirió mi vecino—. Porque yo sí los tengo. Hacían tanto ruido que tuve que tirarles un zapato para que pararan.

A partir de entonces dejé de pensar con lógica. Un estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica junta, y la lógica sólo provoca insomnio.

                                                                   FIN

viernes, 29 de diciembre de 2017

Astros y destinos - Yolanda Nava

Nube Azul vuelve del río con una cesta llena de peces que Arco Veloz ha pescado para ella. Él será muy pronto su esposo y el padre de sus hijos, en cuanto llegue su primera sangre, sus pechos han empezado a hincharse y la curandera ha dicho que faltan pocas lunas para su aparición. Sus familias preparan ya la ceremonia y los largos festejos. En sus encuentros con él se esfuerza en agradarle rellenando el silencio con sonrisas, es tan distinto con Ojos de Pájaro… con él las palabras fluyen libres y abundantes como bandadas de carrizos. Pero Ojos de Pájaro es el prometido de Piel de Nutria, secretamente enamorada de Águila Roja. Mientras piensa todo esto, maldice para sus adentros la alineación de los astros la noche que el gran chamán leyó en ellos sus destinos. 

                                                                          FIN

Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.

Sueño - Pau Pescador

Cuando se acaba el día en la reserva recoge la basura que los turistas han ido tirando por todas partes. La pone junto a unos leños y enciende el fuego, esta vez de verdad. Espera a que el humo se haga cada vez más espeso y luego con una manta empieza a dibujar en el cielo; el atardecer rojizo despierta su inspiración: caballos, flores y algún rostro femenino. Poco a poco se apaga el día y la brasa. Solo así logra dormirse. 


                                                                     FIN

Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.

Correo indio - Gerardo Cardona Velazco

Cara Pálida, de la tribu de los Apaches, le escribe a su enamorada con señales de humo que la ama y que quiere pasar el resto de su vida junto a ella. Pluma Blanca, hija de Toro Sentado, gran jefe de los Sioux, le contesta que por favor le reenvíe el mensaje, pues el viento borró la parte final de su humail…


                                                                        FIN


Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.

Mujer de agua - Reyes Alejano Monge

Mi abuela era Naskapi. Mi madre era Naskapi. Yo soy Naskapi. Mi abuela era una mujer de agua. Su vida transcurrió ligada al río Mattawa, que se reflejaba en sus ojos con un insólito brillo. Cocinaba en su orilla, navegaba por él y amaba las grandes tortugas que chapoteaban en los atardeceres arrebatados. Nos pidió, un poco antes de morir, que lanzáramos sus cenizas a las aguas; solo así podría descansar por siempre. A menudo también yo me dejo acunar por nuestro río. Leo en su orilla a la luz de sus tardes encendidas, y disfruto del chapoteo de las tortugas; una de ellas con un insólito brillo en sus ojos arrugados.

                                                                      FIN

Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.

El rapto - Mei Morán

Los hombres la fueron a buscar. En el campamento casi les costó reconocerla, ataviada de cuero como las demás, si no hubiera sido por la mirada turquesa. Se la llevaron a la fuerza. En la casa familiar la obligaron a llevar otras ropas, a oír los pasajes de la Biblia. No le faltó de nada y en las tardes de invierno, sus primas conciliantes le relataban historias de cuando era niña en Fort Parker y jugaba con su hermano John y los demás niños. Sin embargo, la mujer, rota, sentada al lado del fuego solo pensaba en Nocona su marido y Quanah su hijo. Escuchaba en silencio y cuando su tío se le acercaba con dulzura para llamarla Cynthia, ella, con ojos inundados, le decía en comanche: 
-Nadua, mi nombre es Nadua-.


                                                                         FIN

Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.

Venganza - Raúl Garcés Redondo

Cuenta una leyenda amerindia que hace muchas lunas el hombre blanco capturó a un gran jefe cherokee con la intención de obligarle a realizar la danza de la lluvia. En un principio éste se negó sin importarle las vejaciones sufridas. Pero cierto día, provisto del tocado y las pinturas ceremoniales, llevó a cabo el ritual. Y una tromba de agua nunca antes vista cayó sin piedad sobre la ciudad arrasándolo todo.

                                                               FIN

Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.

En paradisum - Marcos Denevi

Dios debe disponer que periódicamente los santos y los bienaventurados abandonen por una temporada el Paraíso, pues de lo contrario no saben u olvidan que viven en el Paraíso, empiezan a imaginar otro Paraíso por su cuenta, en comparación el Paraíso les parece muy inferior, una especie de caricatura, eso los pone melancólicos o coléricos y terminan por creerse los condenados del Infierno.
FIN

Imaginación y destino - Augusto Monterroso

En la calurosa tarde de verano un hombre descansa acostado, viendo el cielo, bajo un árbol; una manzana cae sobre su cabeza; tiene imaginación, se va a su casa y escribe la Oda a Eva.
FIN

miércoles, 27 de diciembre de 2017

El mito de la caverna, explicado por Manuel García Morente


"La relación entre las cosas y las ideas es una relación en que las cosas participan de las esencias ideales; pero no son más que una sombra, decantación, imperfección de esas esencias ideales.

En uno de sus diálogos, en La República, Platón compara los dos mundos: el mundo sensible y el mundo inteligible, o, como él lo llama, el cielo, el "topus uranos", el lugar celeste; los compara a las sombras que se proyectarían en el fondo de una caverna oscura si por delante de la entrada de esa caverna pasasen objetos iluminados por el sol. 
Del mismo modo que entre las sombras proyectadas por esos objetos y los objetos mismos hay un abismo de diferencia, y sin embargo, las sombras son en cierto modo partícipes de la realidad de los objetos que pasan, del mismo modo los seres que contemplamos en nuestra existencia sensible, en el mundo sensible, no son más que sombras efímeras, transitorias, imperfectas, pasajeras, reproducciones  ínfimas, inferiores, de esas ideas puras, perfectas, eternas, inmarcesibles, indisolubles,
inmutables, siempre iguales a sí mismas, cuyo conjunto forma el mundo de las ideas."

Fragmento tomado de "Lecciones preliminares de Filosofía", de Manuel García Morente.

El mito de la reminiscencia, explicado por Manuel García Morente


"Platón es muy aficionado a exponer sus pensamientos filosóficos bajo la forma de lo que él mismo llama "cuentos", como los cuentos que cuentan los viejos a los niños; los llama con la palabra griega "mito". 
Cuando las nodrizas griegas les cuentan un cuento a los niños, la palabra que empleaban es "mito". Pues Platón es muy aficionado a los mitos, y para expresar su pensamiento filosófico apela muchas veces a ellos. Así, para expresar su pensamiento de la intuición de la idea y de la dialéctica que nos conduce a depurar esa intuición, emplea el "mito de la reminiscencia". Cuenta el cuento siguiente: 

      Las almas humanas, antes de vivir en este mundo y de alojarse cada una de ellas en un cuerpo de hombre, vivieron en otro mundo, vivieron en el mundo en donde no hay hombres, ni cosas sólidas, ni colores, ni olores, ni nada que transite y cambie, ni nada que fluya en el tiempo y el espacio. Vivieron en un mundo de puras esencias intelectuales, en el mundo de las ideas. Ese mundo está en un lugar que Platón metafóricamente llama lugar celeste, "topos uranos". Allí viven las almas en perpetua contem
plación de las bellezas inmarcesibles de las ideas, conociendo la verdad sin esfuerzo alguno porque la tienen intuitivamente delante; sin nacer ni morir; en pura eternidad. Pero esas almas, de vez en cuando, vienen a la tierra y se alojan en un cuerpo humano, dándole vida. Al estar en la tierra y. alojarse en un cuerpo humano,
naturalmente tienen que someterse a las condiciones en que se desenvuelve la vida en la tierra, a las condiciones de la espacialidad, de la temporalidad, del nacer y del morir, del dolor y del sufrimiento, de la insuficiencia de los esfuerzos, de la brevedad de la vida, de los desengaños, de la ignorancia y del olvido. Estas almas olvidan, olvidan las ideas que conocieron cuando vivían o estaban en el "topos uranos", en el lugar celeste, donde moran las ideas.
      Olvidadas de sus ideas están y viven en el mundo. Pero como han estado antes en ese "topos uranos", donde están las ideas, bastará algún esfuerzo bien dirigido, bastarán algunas preguntas bien hechas, para que del fondo del olvido, por medio de la reminiscencia, atisben algún vago recuerdo de esas ideas. 

Una vez que Platón cuenta este cuento (porque es un cuento, no vayan ustedes a creer que Platón cree en todo esto) a unos amigos suyos de Atenas, éstos quedan un poco recelosos; piensan: este señor parece que se burla. Entonces Platón les dice: Os lo voy a demostrar. En ese momento pasa por allí un muchacho de quince años, esclavo de uno de los concurrentes a la reunión. Platón le dice: Tu esclavo, Menón, ¿sabe matemáticas? No, hombre, ¡qué va a saber! Es un criado, un esclavo de mi casa. Pues que venga aquí; vas a ver.
Entonces Sócrates (que en los diálogos de Platón es siempre el portavoz) le empieza a preguntar. Le dice: Vamos a ver, niño: Imagínate tres líneas rectas, y el niño se las imagina. Y así, a fuerza de preguntas bien hechas, va sacando de sí toda la geometría. Y dice Sócrates: ¿Veis? ¿No la sabía? ¡Pues la sabe!, la está recordando de los tiempos en que vivía en el lugar celeste de las ideas."


Fragmento tomado de "Lecciones preliminares" de Manuel García Morente



Ignorancia - Anónimo. India

Se trataba de dos amigos no demasiado inteligentes. Habían decidido hacer una marcha y dormir en un establo. Caminaron durante toda la jornada. Al anochecer se alojaron, como tenían previsto, en un establo del que previamente tenían noticias. Estaban muy cansados y durmieron profundamente; pero, de madrugada, una pesadilla despertó a uno de los amigos. Zarandeó a su compañero, despertándolo, y le dijo:
-Sal fuera y dime si ha amanecido. Comprueba si ha salido el sol.
El hombre salió y vio que todo estaba muy oscuro. Volvió al establo y explicó:
-Oye, está todo tan oscuro que no puedo ver si el sol ha salido.
-¡No seas idiota! -exclamó el compañero-. ¿Acaso no puedes encender la linterna para ver si ha salido?
FIN

Ictiocentauros - Jorge Luis Borges


Licofronte, Claudiano y el gramático bizantino Juan Tzetzes han mencionado alguna vez los ictiocentauros; otra referencia a ellos no hay en los textos clásicos. Podemos traducir ictiocentauros por centauros-peces; la palabra se aplicó a seres que los mitólogos han llamado -también- centauro tritones. Su representación abunda en la escultura romana y helenística. De la cintura arriba son hombres, de la cintura abajo son peces y tienen patas delanteras de caballo o de león. Su lugar está en el cortejo de las divinidades marinas, junto a los hipocampos.
FIN

Humorismo - Augusto Monterroso

El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias. Excepto mucha literatura humorística, todo lo que hace el hombre es risible o humorístico.

En las guerras deja de serlo porque durante éstas el hombre deja de serlo. Dijo Eduardo Torres: “El hombre no se conforma con ser el animal más estúpido de la Creación; encima se permite el lujo de ser el único ridículo”.
FIN

Hogar dulce hogar - István Örkény

Tenía cuatro años. A esa edad, los recuerdos son imprecisos. Además, cuando su madre la tomó de la mano y la condujo cerca de la salida del campo, la pequeña no tuvo una reacción muy clara.
–¿Para qué hacer qué cosa? –preguntó.
–Para acercarnos a lo nuestro.
–¿Qué es lo nuestro, mamá?
–Es la dirección en donde vivíamos antes de ser traídas aquí.
–En lo nuestro ¿qué hay?
–Cosas… Tus ositos. ¿Te acuerdas? Tus muñecas también, tal vez…
–Dime, mamá –dijo la niña–, en lo nuestro, ¿hay guardias?
–Claro que no, ningún guardia.
–¡Qué bueno! –dijo la niñita–. Una vez allá, nos podremos salvar.
FIN

Historia verídica - Julio Cortázar

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
FIN

Historia fantástica - Marco Denevi

Cuenta fray Jerónimo de Zúñiga, capellán de la prisión del Buen Socorro, en Toledo, que el 7 de junio de 1691 un marinero natural de las Indias Occidentales, de nombre Pablillo Tonctón o Tunctón, de raza negra, condenado al auto de fe por brujo y otros crímenes contra Dios, se evadió de la cárcel y de ser quemado vivo pidiendo a sus guardianes, tres días antes de marchar a la hoguera, una botella y los elementos necesarios para construir un barco en miniatura encerrado dentro del frasco. Los guardianes, aunque el tiempo de vida que le quedaba al reo era tan breve, accedieron a sus deseos. Al cabo de los tres días el diminuto navío estaba terminado en el interior del vidrio. La mañana señalada para la ejecución del auto de fe, cuando los del Santo Oficio entraron en la celda de Pablillo Tonctón, la encontraron vacía lo mismo que la botella. Otros condenados que aguardaban su turno de morir afirmaron que la noche anterior habían oído un ruido como de velas, chapoteo de remos y voces de mando.
FIN

Historia del joven celoso - Henri Pierre Cami

Había una vez un joven que estaba muy celoso de una muchacha bastante voluble.
Un día le dijo:
-Tus ojos miran a todo el mundo.
Entonces, le arrancó los ojos.
Después le dijo:
-Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.
Y le cortó las manos.
“Todavía puede hablar con otros”, pensó. Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes.
Por último, le cortó las piernas. “De este modo -se dijo- estaré más tranquilo”.
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. “Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte”.
Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.
FIN

Historia de zorros - Niu Chiao

Wang vio dos zorros parados en las patas traseras y apoyados contra un árbol. Uno de ellos tenía una hoja de papel en la mano y se reían como compartiendo una broma.
Trató de espantarlos, pero se mantuvieron firmes y él disparó contra el del papel; lo hirió en el ojo y se llevó el papel. En la posada, refirió su aventura a los otros huéspedes. Mientras estaba hablando, entró un señor que tenía un ojo lastimado. Escuchó con interés el cuento de Wang y pidió que le mostraran el papel. Wang ya iba a mostrárselo, cuando el posadero notó que el recién venido tenía cola.
-¡Es un zorro! -exclamó, y en el acto el señor se convirtió en un zorro y huyó.
Los zorros intentaron repetidas veces recuperar el papel, que estaba cubierto de caracteres ininteligibles; pero fracasaron. Wang resolvió volver a su casa. En el camino se encontró con toda su familia, que se dirigía a la capital. Declararon que él les había ordenado ese viaje, y su madre le mostró la carta en que le pedía que vendiera todas las propiedades y se juntara con él en la capital. Wang examinó la carta y vio que era una hoja en blanco. Aunque ya no tenían techo que los cobijara, Wang ordenó:
-Regresemos.
Un día apareció un hermano menor que todos habían tenido por muerto. Preguntó por las desgracias de la familia y Wang le refirió toda la historia.
-Ah -dijo el hermano, cuando Wang llegó a su aventura con los zorros- ahí está la raíz de todo el mal.
Wang mostró el documento. Arrancándoselo, su hermano lo guardó con apuro.
-Al fin he recobrado lo que buscaba -exclamó y, convirtiéndose en zorro, se fue.
FIN

Historia de un día en tres esquelas - Jacinto Benavente

I
Vergüenza me cuesta, pero has de perdonarme. Hoy no asistiré a la Junta. El motivo es pecaminoso. Justamente de cinco a siete tengo que ir a probarme unos vestidos a casa de Laura. Ya sabes lo que es ella; si pierdo mi turno, me deja desnuda este invierno. ¿Estoy perdonada? Bien lo merece mi franqueza. Pude inventar otro pretexto. Otra junta piadosa, la jaqueca, el dentista; pues no, me entrego en pleno delito de coquetería. Así puedes decírselo a las amigas, segura de que todas me absuelven. Me has dicho que la marquesa está expirando. ¡Pobre señora! Esta noche te veré en el Real. Hasta luego.
II
Mucho siento la mala obra, pero hoy me es imposible ir a probarme los vestidos. Precisamente de cinco a siete se reúne la Junta de Damas de la Honradez y el Trabajo, de la que soy secretaria, y no puedo faltar. Iré mañana a primera hora. No retrase, por Dios, los vestidos, el negro sobre todo, nuestra presidenta está expirando; y si se muere, no sé cómo voy a ir a los funerales.
III
De cinco a siete.
FIN

Historia de Ts'in kiu Po - Kan Pao

Ts’in Kiu-Po, natural de Lang-Ya, tenía sesenta años. Una noche, al volver de la taberna, pasaba delante del templo de P’on-chan, cuando vio a sus dos nietos salir a su encuentro. Lo ayudaron a andar durante un centenar de pasos, luego lo asieron del cuello y lo derribaron.
-¡Viejo esclavo -gritaron al unísono-, el otro día nos vapuleaste, hoy te vamos a matar!
El anciano recordó que, en efecto, días atrás había maltratado a sus nietos. Se fingió muerto y sus nietos lo abandonaron en la calle. Cuando llegó a su casa quiso castigar a los muchachos, pero éstos, con la frente inclinada hasta el suelo, le imploraron:
-Somos tus nietos, ¿cómo íbamos a cometer semejante barbaridad? Han debido ser los demonios. Te suplicamos que hagas una prueba.
El abuelo se dejó convencer por sus súplicas.
Unos días después, fingiendo estar borracho, fue a los alrededores del templo y de nuevo vio venir a sus nietos, que lo ayudaron a andar. Él los agarró fuertemente, los inmovilizó y se llevó a su casa a aquellos dos demonios en figura humana. Les aherrojó el pecho y la espalda y los encadenó al patio, pero desaparecieron durante la noche y él lamentó vivamente no haberlos matado.
Pasó un mes. El viejo volvió a fingir estar borracho y salió a la aventura, después de haber escondido su puñal en el pecho, sin que su familia lo supiera. Era ya muy avanzada la noche y aún no había vuelto a su casa. Sus nietos temieron que los demonios lo estuviesen atormentando y salieron a buscarlo.
Él los vio venir y apuñaló a uno y a otro.
FIN

Historia de Cecilia - Cicerón

He oído a Lucio Flaco, sumo sacerdote de Marte, referir la historia siguiente: Cecilia, hija de Metelo, quería casar a la hija de su hermana y, según la antigua costumbre, fue a una capilla para recibir un presagio. La doncella estaba de pie y Cecilia sentada y pasó un largo rato sin que se oyera una sola palabra. La sobrina se cansó y le dijo a Cecilia:
-Déjame sentarme un momento.
-Claro que sí, querida -dijo Cecilia-; te dejo mi lugar.
Estas palabras eran el presagio, porque Cecilia murió en breve y la sobrina se casó con el viudo.
FIN

Heraclitiana - Augusto Monterroso

Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades higiénicas de cada quién) veces en el mismo río.
                                                                     FIN

Hay un oficio - Alvaro Mutis

Hay un oficio que debiera prepararnos para las más sordas batallas, para los más sutiles desengaños. Pero es un oficio de mujeres y les será vedado siempre a los hombres.
Consiste en lavar las estatuas de quienes amaron sin medida ni remedio y dejar enterrada a sus pies una ofrenda que, con el tiempo, habrá carcomido los mármoles y oxidado los más recios metales. Pero sucede que también este oficio desapareció hace ya tanto tiempo, que nadie sabe a ciencia cierta cuál es el orden que debe seguirse en la ceremonia.
FIN

Hablaba y hablaba... - Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
FIN

Gugos y lívidos - H.P. Lovecraft

Los gugos, velludos y gigantescos, habitan en los lugares subterráneos del mundo de los sueños. No tienen voz y se comunican por gestos faciales. Sus cabezas, enormes como barriles, no son fáciles de olvidar: a cada lado, sobresaliendo dos pulgadas, están sus ojos rosados que refulgen en la oscuridad y, atravesándolas de arriba abajo, la boca de enormes colmillos amarillos que se abre verticalmente y no de manera corriente. Su alimento principal son los lívidos, seres repulsivos que mueren al contacto con la luz y viven en las cuevas de Zin, donde brincan con sus largas patas como canguros. Los lívidos son del tamaño de un caballo pequeño y su rostro resulta bastante humano, pese a la ausencia de nariz, de frente y de otros detalles importantes.
FIN

Giocoso Spelli - Juan Rodolfo Wilcock



El teólogo y profesor de historia de las religiones Giocoso Spelli es casi con seguridad un monstruo, o en todo caso tiene algo de monstruoso. Para empezar camina en cuatro patas, y esto ya es insólito en un teólogo; es tan ancho que no todas las puertas admiten su paso, y en un automóvil, si alguna vez consiguiera introducirse en uno, no sabría de todos modos dónde poner las alas. Por culpa de los cuernos ningún sombrero le queda bien, y cuando ruge hace temblar el edificio. Es un verdadero experto en todo lo referente a los manuscritos del Mar Muerto, y ha escrito dos libros autorizadísimos sobre la cándida comunidad de Khirbert Qumran. Pero tiene las patas de atrás demasiado cortas, y cuando camina lleva las manos enfundadas en dos guantes enormes o, mejor dicho, borceguíes para manos. Hay quien sostiene que le salen llamas de la boca, pero ésa debe ser una imagen literaria; o quizá alguien ha tomado por fuego la saliva rojiza que le sale continuamente de las fauces. Lo cierto es que pesa 375 kilos, y su volumen es adecuado a su peso.
Las alas, entonces, no le sirven de nada, pesa demasiado para volar, y pueden considerarse un capricho teologal: son rígidas y lustrosas, rectas hacia arriba como las de un toro alado, pero mucho más voluminosas. Los cuernos son macizos y ambos apuntan hacia arriba y hacia adelante, como un baldaquino suspendido sobre los ojos. Fue él quien aclaró definitivamente la total independencia del cristianismo con respecto a la religión de los Esenios, como resulta del análisis de los textos supérstites, y por tanto la absoluta originalidad de Jesús y de sus teorías. Cuando duerme, su respiración emite un silbido que se oye hasta en la plaza. Su novia le dijo a una amiga que en la cama se comporta como la Bestia del Apocalipsis.
FIN

Génesis, 2 - Marco Denevi

Imaginad que un día estalla una guerra atómica. Los hombres y las ciudades desaparecen. Toda la tierra es como un vasto desierto calcinado. Pero imaginad también que en cierta región sobreviva un niño, hijo de un jerarca de la civilización recién extinguida. El niño se alimenta de raíces y duerme en una caverna. Durante mucho tiempo, aturdido por el horror de la catástrofe, solo sabe llorar y clamar por su padre. Después sus recuerdos se oscurecen, se disgregan, se vuelven arbitrarios y cambiantes como un sueño. Su terror se transforma en un vago miedo. A ratos recuerda, con indecible nostalgia, el mundo ordenado y abrigado donde su padre le sonreía o lo amonestaba, o ascendía  (en una nave espacial) envuelto en fuego y en estrépito hasta perderse entre las nubes. Entonces, loco de soledad, cae de rodillas e improvisa una oración, un cántico de lamento. Entretanto la tierra reverdece: de nuevo brota la vegetación, las plantas se cubren de flores, los árboles se cargan de frutos. El niño, convertido en un muchacho, comienza a explorar la comarca. Un día ve un ave. Otro día ve un lobo. Otro día, inesperadamente, se halla frente a una joven de su edad que, lo mismo que él, ha sobrevivido a los estragos de la guerra nuclear. Se miran, se toman de la mano: ya están a salvo de la soledad. Balbucean sus respectivos idiomas, con cuyos restos forman un nuevo idioma. Se llaman, a sí mismos, Hombre y Mujer. Tienen hijos. Varios miles de años más tarde una religión se habrá propagado entre los descendientes de ese Hombre y de esa Mujer, con el padre del Hombre como Dios y el recuerdo de la civilización anterior a la guerra como un Paraíso perdido.
FIN

Génesis - Marco Denevi

Con la última guerra atómica, la humanidad y la civilización desaparecieron. Toda la tierra fue como un desierto calcinado. En cierta región de Oriente sobrevivió un niño, hijo del piloto de una nave espacial. El niño se alimentaba de hierbas y dormía en una caverna. Durante mucho tiempo, aturdido por el horror del desastre, solo sabía llorar y clamar por su padre. Después sus recuerdos se oscurecieron, se disgregaron, se volvieron arbitrarios y cambiantes como un sueño; su horror se transformó en un vago miedo. A ratos recordaba la figura de su padre, que le sonreía o lo amonestaba, o ascendía a su nave espacial, envuelta en fuego y en ruido, y se perdía entre las nubes. Entonces, loco de soledad, caía de rodillas y le rogaba que volviese.
Entretanto la tierra se cubrió nuevamente de vegetación; las plantas se cargaron de flores; los árboles, de frutos. El niño, convertido en un muchacho, comenzó a explorar el país. Un día, vio un ave. Otro día vio un lobo. Otro día, inesperadamente, se halló frente a una joven de su edad que, lo mismo que él, había sobrevivido a los estragos de la guerra atómica.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó.
-Eva -contestó la joven-. ¿Y tú?
-Adán.
FIN

Gallina - Eduardo Gudiño Kieffer

¡Como para no sorprenderse! Marta entró con una gallina negra debajo del brazo. Pero Marta, vos estás cada día más loca, para qué traes esa gallina. Y Marta te respondió simplemente: hace mucho que no comemos gallina. Contra la lógica femenina no se puede hacer nada, pensaste, y sin embargo tu lógica masculina te obligó a decir hubiera sido mejor comprarla muerta, pelada y eviscerada, no cuentes conmigo para eso que tengo sueño y me voy a dormir. Y te fuiste a dormir y recién ahora, con doce campanadas lúgubres, te despertarás pensando quién va a matar a ese animal estúpido. Y te incorporás diciendo Marta, quién va a matar a ese animal estúpido. Pero Marta no está a tu lado. Marta, dónde te has metido, mujer. La luz de la luna llena entra por la ventana abierta de par en par. Te levantás para cerrarla y luego buscar a Marta en el interior de la casa pero no, no necesitarás buscarla porque allí, en el centro del jardín, entre las inocentes margaritas, está tu mujer degollando al ave temblorosa y alzándola muy alto para que la sangre caiga sobre sus párpados, sobre su frente, sobre sus mejillas, para que penetre entre sus labios entreabiertos, para que se deslice sobre su cuello, sobre sus hombros, sobre sus senos; allí está Marta cubriéndose de plumas negras, Marta primero canturreando e imitando torpemente un vuelo hacia cualquier parte, hacia todas partes, hacia ninguna parte, hacia un desconocido lejano sabbat del que no participarás nunca.
FIN

Final para un cuento fantástico - I. A. Ireland

-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
FIN

Final - Edmundo Valadés

De pronto, como predestinado por una fuerza invisible, el automóvil respondió a otra intención, enfilado hacia imprevisible destino, sin que mis inútiles esfuerzos lograran desviar la dirección para volver al rumbo que me había propuesto.
Caminamos así, en la noche y el misterio, en el horror y la fatalidad, sin que yo pudiera hacer nada para oponerme.
El otro ser paró el motor, allí en un sitio desolado.
Alguien que no estaba antes, me apuntó desde el asiento posterior con el frío implacable de un arma. Y su voz definitiva, me sentenció.
—¡Prepárate al fin de este cuento!
FIN

Ficha 342 - Max Aub

Apellido del enfermo: Agrasot, Luisa.
Edad: 24 años. Natural de Veracruz.
Diagnóstico: Erupción cutánea de origen probablemente poli-bacilar.
Tratamiento: Dos millones de unidades de penicilina.
Resultado: Nulo.
Observaciones: Caso único. Recalcitrante. Sin precedentes.
Desde el decimoquinto día me abrumó. El diagnóstico era clarísimo. Sin que cupiese duda alguna. Al fracasar la penicilina ensayé desesperadamente toda clase de otros remedios: no sabía por dónde salir. Me trajo de cabeza, de día y de noche, semanas y semanas, hasta que le administré una dosis de cianuro potásico. La paciencia ¡aún con los pacientes! tiene un límite.
FIN

Fecundidad - Augusto Monterroso



Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
FIN

Fantasías mexicanas - Julio Torri

…al moro Búcar y a aquel noble marqués de Mantua, teníalos de su linaje. Por el angosto Callejón de la Condesa, dos carrozas se han encontrado. Ninguna retrocede para que pase la otra.
-¡Paso al noble señor don Juan de Padilla y Guzmán, marqués de Santa Fe de Guardiola, oidor de la Real Audiencia de México!
-¡Paso a don Agustín de Echeverz y Subiza, marqués de la Villa de San Miguel de Aguayo, cuyos antepasados guerrearon por su majestad cesárea en Hungría, Transilvania y Perpiñán!
-¡Por bisabuelo me lo hube a don Manuel Ponce de León, el que sacó de la leonera el guante de doña Ana!
-¡Mi tatarabuelo Garcilaso de la Vega rescató el Ave María del moro que la lleva atada a la cola de su bridón!
Tres días con sus noches se suceden y aún están allí los linajudos magnates, sin que ninguno ceda el paso al otro. Al cabo de estos tres días -y para que no sufriera mancilla ninguno de ambos linajes- mandó el virrey que retrocedieran las carrozas al mismo tiempo, y la una volviose hacia San Andrés y la otra fuese por la calle del Puente de San Francisco.
FIN

Fábula hindú - Voltaire

Adimo, el padre de todos los hindúes, tuvo dos hijos y dos hijas de su mujer Procriti. El mayor era un gigante vigoroso, el menor era un pequeño jorobado, las dos niñas eran bonitas. Desde que el gigante sintió su fuerza, se acostó con sus dos hermanas y se hizo servir por el pequeño jorobado. De sus dos hermanas, una fue su cocinera; la otra, su jardinera. Cuando el gigante quería dormir, empezaba por encadenar a un árbol a su hermano pequeño el jorobado, y cuando este huía, lo alcanzaba de cuatro zancadas y le daba veinte latigazos con nervios de buey.
El jorobado se hizo sumiso y llegó a ser el mejor vasallo del mundo. El gigante, satisfecho de verlo cumplir sus deberes de vasallo, le permitió acostarse con una de sus hermanas, de la que él estaba ya cansado. Los hijos que nacieron de este matrimonio no eran del todo jorobados, pero tenían una figura bastante contrahecha. Se les educó en el temor de Dios y del gigante. Recibieron una excelente educación; se les enseñó que su tío era gigante por derecho divino, que podía hacer de su familia lo que quisiera; que sí tenía una sobrina bonita, o sobrina nieta, sería para él solo sin dificultad, y que nadie podría acostarse con ella si él no quería.
Muerto el gigante, su hijo, que no era ni mucho menos tan fuerte ni tan alto como él, creyó, sin embargo, ser gigante, como su padre, por derecho divino. Pretendió hacer trabajar para él a todos los hombres y acostarse con todas las jóvenes. Su familia formó una coalición contra él, fue derrotado y se constituyó una república.
FIN

Fábula - Fernando Pessoa

A una bordadora de un país remoto, su reina le encomendó que bordara, sobre seda o satén, una rosa blanca rodeada de hojas. La bordadora, como era muy joven, empezó a buscar por todas partes una rosa blanca perfecta, para bordar la suya a imagen y semejanza de esta. Pero sucedía que unas rosas eran menos bellas de lo que le convenía, y otras no eran tan blancas como debían. Pasó días y días, horas llorando, para encontrar la rosa que pudiera imitar en seda, y, como en los países remotos nunca deja de haber pena de muerte, ella bien sabía que, según las leyes de los cuentos como este, no podrían dejar de matarla si no bordaba la rosa blanca.
Al fin, a falta de un remedio mejor, bordó de memoria la rosa blanca que le habían exigido. Después de bordarla, la comparó con las de verdad que hay en los rosales. Sucedió que todas las rosas blancas eran exactamente iguales a la que había bordado, que cada una de ellas era exactamente aquella.
De modo que llevó su labor a palacio y es de imaginar que se casaría con el príncipe.
En el fabulario en el que está escrita, esta fábula no tiene moralidad. Precisamente, porque en la edad de oro, las fábulas no tenían moralidad.
FIN

Fábula - Voltaire

Fue necesario escoger un rey entre los árboles. El olivo no quiso abandonar el cuidado de su aceite, ni la higuera el de sus higos, ni la viña el de su vino, ni los otros árboles los de sus frutos. El cardo, que no servía para nada, fue el rey, porque tenía espinas y podía hacer daño.
FIN

Exámenes de arte - Bertolt Brecht

Ante la proliferación indiscriminada de gente que escribía, un gobierno filopopulista había instituido unos exámenes muy rigurosos para el ejercicio de ese arte. Se llevaba primero a los candidatos a través del mercado hasta un salón donde eran invitados a anotar, en una gran hoja, todo lo que hubieran observado. Unos funcionarios recogían luego esas hojas y distribuían otras en las que había que anotar más observaciones. Esto se repetía varias veces y al final solo se autorizaba a ejercer públicamente el arte de escribir a quienes hubieran logrado llenar cierto número de hojas con sus observaciones. La situación mejoró algo a raíz de esto, pero aún distaba mucho de ser satisfactoria. Entonces, el gobierno organizó nuevos exámenes solo para quienes hubieran aprobado ya los primeros. Se les devolvió sus trabajos junto con una sola gran hoja y se les pidió que esta vez resumieran sus observaciones en dicha hoja. Luego recogieron todas las hojas y repartieron otras, la mitad de grandes, para que hicieran lo mismo. Esta operación se repitió varias veces, con hojas cada vez más pequeñas, y al final solo se autorizó el ejercicio público del arte de escribir a quienes lograron resumir el máximo de observaciones en el mínimo de líneas.
FIN

Eugenesia - Anónimo. Occidente

Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que les permitiera usar de la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedido el permiso, el parto fue normal.
FIN

Estanco - Fernando Pessoa

El dueño del estanco asoma a la puerta y permanece en la puerta. Lo miro con la incomodidad de tener mal colocada la cabeza y con la incomodidad del alma que está malentendiendo. Él morirá y yo moriré. Él dejará el letrero y yo dejaré versos. Un día también morirá el letrero, y los versos también. Tras ese día, morirá la calle donde estuvo el letrero y la lengua en que fueron escritos los versos. Morirá después el planeta girante donde aconteció todo eso.
En otros satélites de otros sistemas algo así como gente seguirá haciendo cosas como versos y viviendo bajo cosas como letreros.
FIN

Esquina peligrosa - Marco Denevi

El señor Epidídimus, el magnate de las finanzas, uno de los hombres más ricos del mundo, sintió un día el vehemente deseo de visitar el barrio donde había vivido cuando era niño y trabajaba como dependiente de almacén.
Le ordenó a su chofer que lo condujese hasta aquel barrio humilde y remoto. Pero el barrio estaba tan cambiado que el señor Epidídimus no lo reconoció. En lugar de calles de tierra había bulevares asfaltados, y las míseras casitas de antaño habían sido reemplazadas por torres de departamentos.
Al doblar una esquina vio el almacén, el mismo viejo y sombrío almacén donde él había trabajado como dependiente cuando tenía doce años.
-Deténgase aquí. -le dijo al chofer. Descendió del automóvil y entró en el almacén. Todo se conservaba igual que en la época de su infancia: las estanterías, la anticuada caja registradora, la balanza de pesas y, alrededor, el mudo asedio de la mercadería.
El señor Epidídimus percibió el mismo olor de sesenta años atrás: un olor picante y agridulce a jabón amarillo, a aserrín húmedo, a vinagre, a aceitunas, a acaroína. El recuerdo de su niñez lo puso nostálgico. Se le humedecieron los ojos. Le pareció que retrocedía en el tiempo.
Desde la penumbra del fondo le llegó la voz ruda del patrón:
-¿Estas son horas de venir? Te quedaste dormido, como siempre.
El señor Epidídimus tomó la canasta de mimbre, fue llenándola con paquetes de azúcar, de yerba y de fideos, con frascos de mermelada y botellas de lavandina, y salió a hacer el reparto.
La noche anterior había llovido y las calles de tierra estaban convertidas en un lodazal.
FIN