Los hombres la fueron a buscar. En el campamento casi les costó
reconocerla, ataviada de cuero como las demás, si no hubiera sido
por la mirada turquesa. Se la llevaron a la fuerza. En la casa
familiar la obligaron a llevar otras ropas, a oír los pasajes de la
Biblia. No le faltó de nada y en las tardes de invierno, sus primas
conciliantes le relataban historias de cuando era niña en Fort
Parker y jugaba con su hermano John y los demás niños. Sin
embargo, la mujer, rota, sentada al lado del fuego solo pensaba
en Nocona su marido y Quanah su hijo. Escuchaba en silencio y
cuando su tío se le acercaba con dulzura para llamarla Cynthia,
ella, con ojos inundados, le decía en comanche:
-Nadua, mi nombre es Nadua-.
FIN
Micro tomado de Un Carcj de microrrelatos, selección de David Moreno.
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