En el llano abandonado que enciende tibia brisa, por balas traspasado —dos, de lado a lado— yace muerto, y se enfría. Le mancha la sangre el uniforme. Con los brazos extendidos, albo, rubio, exangüe, mira con mirada lánguida y ciega los cielos perdidos. ¡Tan joven!, ¡qué joven era! (ahora, ¿qué edad tiene?). Hijo único, la madre le dio un nombre y lo mantuvo: “el niño de su mamá”.
Se cayó del bolsillo la pequeña cigarrera. Se la dio la madre. Está intacta y bien la cigarrera. Es él quien ya no sirve. De otro bolsillo, alada punta rozando el suelo, el blanco pespunte de un pañuelo… se lo dio la vieja criada que lo trajo en brazos.
Allá lejos, en casa, rezan: “¡Que regrese temprano, y con bien!”. Tramas que el Imperio teje. Yace muerto, y se pudre, el niño de su mamá.
FIN
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