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Bienvenidos... Recomendación de esta semana Los esclavos, de Jacques Sternberg

sábado, 27 de enero de 2018

Declaraciones periodísticas - Antonio Cruz

En declaraciones exclusivas concedidas al “PELOPONESO SPORTS” el afamado corredor Aquiles afirmó que si no hubiese sido detenido por un piquete que cortaba la ruta en las afueras de Elea, el cual lo mantuvo detenido durante varias horas y cuyo cabecilla era un sujeto llamado Zenón, él jamás habría sido derrotado por la tortuga.

                                                                          FIN

Ensueño - Sergio F. S. Sixtos



Soñó con el cielo al revés y al despertar, el cielo seguía en su lugar, el bien tan lejos del mal y la rabia al otro extremo de la serenidad.

                                                                        FIN

Juego de historias - Sergio F. S. Sixtos

Una vieja leyenda, invita a encender cien velas y narrar un cuento de terror por cada vela encendida. Al concluir cada historia, se apaga una vela. Se dice que en la narración número cien (en la oscuridad total), un fantasma aparecerá.

Alicia contó la última historia y apagó la vela; pasaron los minutos y nada ocurrió. Me levanté y encendí la luz, fue entonces cuando todos comenzaron a gritar.

                                                                        FIN

La incrédula - Edmundo Valadés

Sin mi mujer a mi costado y con la excitación de deseos acuciosos y perentorios, arribé a un sueño obseso. En él se me apareció una, dispuesta a la complacencia. Estaba tan pródigo, que me pasé en su compañía de la hora nona a la hora sexta, cuando el canto del gallo. Abrí luego los ojos y ella misma, a mi diestra, con sonrisa benévola, me incitó a que la tomara. Le expliqué, con sorprendida y agotada excusa, que ya lo había hecho.
-Lo sé –respondió-, pero quiero estar cierta.
Yo no hice caso a su reclamo y volví a dormirme, profundamente, para no caer en una tentación irregular y quizás ya innecesaria.
FIN

La imperturbabilidad de Buda - Anónimo. India

Durante muchos años el Buda se dedicó a recorrer ciudades, pueblos y aldeas impartiendo la Enseñanza, siempre con infinita compasión. Pero en todas partes hay gente aviesa y desaprensiva. Así, a veces surgían personas que se encaraban al maestro y le insultaban acremente. El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos, extrañados, le preguntaron:
-Señor, ¿cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos?
Y el Buda repuso:
-Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto.
FIN

La humildad premiada - Julio Torri

En una universidad poco renombrada había un profesor pequeño de cuerpo, rubicundo, tartamudo, que como carecía por completo de ideas propias era muy estimado en sociedad y tenía ante sí un brillante provenir en la crítica literaria.
Lo que leía en los libros lo ofrecía trasnochado a sus discípulos a la mañana siguiente. Tan inaudita facultad de repetir con exactitud constituía la desesperación de los más consumados constructores de máquinas parlantes.
Y así transcurrieron largos años hasta que un día, en fuerza de repetir ideas ajenas, nuestro profesor tuvo una propia, una pequeña idea propia luciente y bella como un pececito rojo tras el irisado cristal de una pecera.
FIN

La honda de David - Augusto Monterroso

Había una vez un niño llamado David N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera despertaba tanta envidia y admiración en sus amigos de la vecindad y de la escuela, que veían en él -y así lo comentaban entre ellos cuando sus padres no podían escucharlos- un nuevo David.
Pasó el tiempo
Cansado del tedioso tiro al blanco que practicaba disparando sus guijarros contra latas vacías o pedazos de botella, David descubrió que era mucho más divertido ejercer contra los pájaros la habilidad con que Dios lo había dotado, de modo que de ahí en adelante la emprendió con todos los que se ponían a su alcance, en especial contra Pardillos, Alondras, Ruiseñores y Jilgueros, cuyos cuerpecitos sangrantes caían suavemente sobre la hierba, con el corazón agitado aún por el susto y la violencia de la pedrada.
David corría jubiloso hacia ellos y los enterraba cristianamente.
Cuando los padres de David se enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho, le dijeron que qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y convincentes que, con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió sincero y durante mucho tiempo se aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros niños.
Dedicado años después a la milicia, en la Segunda Guerra Mundial David fue ascendido a general y condecorado con las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más tarde degradado y fusilado por dejar escapar con vida una Paloma mensajera del enemigo.
FIN

La gran comida - Bertolt Brecht

En la isla Thurö vivían un hombre y una mujer en medio de una austeridad absoluta. Durante toda su vida el hombre solo llevó camisas hechas de costales. En invierno, y por no calentar la casa, los dos se sentaban ante la puerta del establo abierta, y aprovechaban el calor del ganado. Cuando murieron, uno poco después del otro, fueron enterrados juntos, y, con los bienes que dejaron o mediante una colecta, se organizó una cena fúnebre en la que participó todo el pueblo, como manda la costumbre. Fue la única comida abundante que ofreció la pareja.
FIN

La francesa - Adolfo Bioy Casares

Me dice que está aburrida de la gente. Las conversaciones se repiten. Siempre los hombres empiezan interrogándola en español: «¿Usted es francesa?» y continúan con la afirmación en francés: « J’aime la France». Cuando, a la inevitable pregunta sobre el lugar de su nacimiento ella contesta «Paris», todos exclaman: «Parisienne!», con sonriente admiración, no exenta de grivoiserie como si dijeran «comme vous devez éter cochonne!». Mientras la oigo recuerdo mi primera conversación con ella: fue minuciosamente idéntica a la que me refiere. Sin embargo, no está burlándose de mí. Me cuenta la verdad. Todos los interlocutores le dicen lo mismo. La prueba de esto es que yo también se lo dije. Y yo también en algún momento le comuniqué mi sospecha de que a mí me gusta Francia más que a ella. Parece que todos, tarde o temprano, le comunican ese hallazgo. No comprendo -no comprendemos- que Francia para ella es el recuerdo de su madre, de su casa, de todo lo que ha querido y que tal vez no volverá a ver.
FIN

La fotogenia del fantasma - Gabriel García Márquez

Los fantasmas, acomodándose a las nuevas circunstancias, empiezan a aficionarse a la mecánica. En el domicilio del marqués de Ely, en Hove, cerca de Brighton, Londres, ha hecho su misteriosa aparición un fantasma que no es tan misterioso por ser fantasma como por ser un fantasma exclusivamente fotogénico. En su departamento particular, el joven marqués -25 años- tomó con luz artificial la fotografía de una amiga, convencido de que estaba solo con ella. Pero la fotografía reveló que el marqués se equivocaba: además de ellos, había un fantasma en la habitación. Un fantasma que nadie ha conocido personalmente sino en fotografía, y que por consiguiente nadie puede decir cómo es en realidad, pues no hay testimonio de que el conflictivo, original y modernizado espectro sea igual o por lo menos parecido a sus retratos.
FIN

La foto - Enrique Anderson Imbert

Jaime y Paula se casaron. Ya durante la luna de miel fue evidente que Paula se moría. Apenas unos pocos meses de vida le pronosticó el médico. Jaime, para conservar ese bello rostro, le pidió que se dejara fotografiar. Paula, que estaba plantando una semilla de girasol en una maceta, lo complació: sentada con la maceta en la falda sonreía y…
¡Clic!
Poco después, la muerte. Entonces Jaime hizo ampliar la foto -la cara de Paula era bella como una flor-, le puso vidrio, marco y la colocó en la mesita de noche.
Una mañana, al despertarse, vio que en la fotografía había aparecido una manchita. ¿Acaso de humedad? No prestó más atención. Tres días más tarde: ¿qué era eso? No una mancha que se superpusiese a la foto sino un brote que dentro de la foto surgía de la maceta. El sentimiento de rareza se convirtió en miedo cuando en los días siguientes comprobó que la fotografía vivía como si, en vez de reproducir a la naturaleza, se reprodujera en la naturaleza. Cada mañana, al despertarse, observaba un cambio. Era que la planta fotografiada crecía. Creció, creció hasta que al final un gran girasol cubrió la cara de Paula.
FIN

La fe y las montañas - Augusto Monterroso

Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. 
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
FIN

La flor del amor - Salarrué

La mariposa loca revoloteó junto a la rosa, con tan poco tino que se clavó en la espina y allí quedó muerta, con sus alas azulverdeoro, bellamente fláccidas, caídas sobre las hojas.
-¿Qué flor eres? -preguntó sorprendida y celosa la rosa reina del jardín.
-Soy la legítima flor del amor -repuso la espina orgullosa.
Y sin saberlo, decía la verdad.
FIN

miércoles, 17 de enero de 2018

Los siete trabajos de Hércules García - Daniel Frini



La hija del vasco Arreche era todo para Hércules. Pero para el vasco, García era, a todas luces, inferior a su pequeña y no la merecía. Cuando por fin se dio la combinación exacta entre ganas y miedo del novio y condescendencia del vasco, el galán pudo pedir la mano de Teresa. Arreche lo escuchó callado y dijo: 

—Vea, García, va a tener que demostrarme que puede mantener a mi hija. Trabajará para mí durante un tiempo, y si me satisface su labor, después hablamos de casamiento. 

Hércules accedió esperanzado. 
Debió matar a los doce chanchos del tano Bonifacini, a puros besos de lengua; aflojarle las ruedas al sulky del polaco Pyrik, que lo corrió a escopetazos; poner tinta china al agua bendita de la Iglesia del padre Juan; silbar el tango «Mi noche triste» medio tono más alto, mientras el vasco le apretaba, levemente, los testículos con una morsa; domar a la suegra del chileno Segovia, que ya había enterrado siete maridos; cobrar cinco pesos de entrada en la mesa catorce, para poder votar en las elecciones del año noventa y tres; y, finalmente, fotografiar en bolas a la intocable rusa Vielisky. La rusa lo sorprendió; pero en lugar de denunciarlo, lo invitó a pasar. García jamás regresó a lo de Arreche. Teresa quedó para vestir santos; y el vasco con una hija solterona y amargada, y sin las fotos de la rusa, que tanto ansiaba.

                                                                          FIN

El ataúd usado - Ada Inés Lerner

Después de discurrir largamente, mi hermano Simón decide que no es inconveniente que yo comparta el ataúd con el tío Ismael (fallecido allá lejos y hace tiempo). 
Dice Simón a la familia: es notable la diferencia de precio e ínfima la posibilidad de que, con el tiempo, la comunidad sospeche un incesto. 

La funeraria (el dueño es gentil) le ha ofrecido cremación y urna por un precio más conveniente y Simón – que ha extraviado los preceptos de la religión - aceptó.
A partir de ese treinta de abril comparto una vasija mortuoria con Ismael, judío liberal y viudo de primeras nupcias; se trata de un hombre desconocido para mí; eso es lo que a juicio de Simón evita los comentarios maledicientes y además – adujo - no puede ser atrevida tamaña cercanía con alguien que me lleva casi doscientos años.

                                                                                FIN

Irina - Ana María Caillet Bois

Irina guardaba un cuadro. Era una naturaleza muerta donde las frutas estáticas parecían tristes. Lo había heredado de su abuela y aunque a nadie de la familia le gustara, Irina lo conservaba como un tesoro. Siempre abría el viejo baúl y lo observaba a escondidas de los demás; pero un día le pareció que una gran manzana había desaparecido. Ella estaba segura de haberla visto justo al lado de un jugoso durazno, pero claro, era imposible. Sorprendida, pensó que se había equivocado, que siempre había sido así. Pasó un tiempo y con gran curiosidad volvió a abrir el viejo baúl. ¿Se estaba volviendo loca? Ahora en lugar de frutas bien acomodadas una al lado de la otra había un grupo de niños harapientos que se daba un festín.

                                                                        FIN

El método deductivo - Gabriel Jiménez Eman

Al abrir el periódico, vio que el asesino le apuntaba desde la foto. Lo cerró rápido, antes de que la bala pudiera alcanzarle en la frente. Dejó el periódico a un lado, todavía humeante.

                                                                     FIN
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La princesa y el dragón - Triunfo Arciénagas

Murieron trescientos hombres y otros tantos aún no se recuperan de las quemaduras. No le dieron muerte al dragón pero rescataron con vida a la princesa. No ha servido de nada. La muchachita escapó del castillo esta mañana.

                                                                     FIN

Una pasión en el desierto - José de la Colina

El extenuado y sediento viajero perdido en el desierto vio que la hermosa mujer del oasis venía hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas.
—¡Por Alá —gritó—, dime que esto no es un espejismo!
—No —respondió la mujer, sonriendo—. El espejismo eres tú.
Y, en un parpadeo de la mujer, el hombre desapareció.

                                                                          FIN

La liebre y la tortuga - José de la Colina

Jadeante hasta la agonía y poco antes de desplomarse al suelo, la Liebre le preguntó a la Tortuga:

— ¿Cómo es posible? ¿Tú? ¿Tú ganarme la carrera?

Y la Tortuga, mirándose las uñas, susurró:

— Lo siento, pero olvidé decirte que mi otro nombre es Muerte.

                                                                           FIN

Etcétera - José de la Colina

El actor, advirtiendo que su nombre se omitía en la crónica periodística del estreno, en la que sólo se decía: “Cumplieron bien con sus personajes los experimentados Fulano, Zutana, etcétera”, miró el etcétera con una lupa y descubrió levemente aliviado que, en fin, bueno, sí: allí, aunque algo apretujado, estaba él.

                                                                    FIN

Caperucita y el lobo - Jairo Aníbal Niño

El lobo entre los vapores de la borrachera mostró la larga cicatriz de su vientre y con voz aguardientosa dijo: Mi pena me ha lanzado a la pernicia y al vino. Mi desgracia es inmensa. Pero, ¿quién iba a malicia de la abuela? ¿Quién iba a pensar que en el sorbete de curuba hubiera echado un menjurje que me quitó las fuerzas? Impotente, sin poderme mover, vi cuando el cazador me abrió el vientre y sacó a Caperucita Roja a viva fuerza porque ella no quería salir, no quería abandonar me y se agarraba con sus manos de alabastro a mis entrañas y sin poder ayudarla di cuando se la llevaron a los empellones mientras ella lloraba de tristeza. Después me enteré de que la habían mandado muy lejos, a otra historia. Por eso, el nido que ella me dejó por dentro lo estoy llenando con vino.

                                                                       FIN 

Blasfemia - Jairo Aníbal Niño

Y Dios, desde la mata de su solitud, de las distancias y del tiempo, había emprendido la búsqueda. Como un aire de luz se desplazaba por el espacio infinito.

Se había posado en planetas de piel de niebla, en estrellas de entrañas irisadas, había viajado cubierto por el polvo de un sol moribundo, se había metido en interminables ojos estelares, y había llegado a galaxias llenas de un silencio blanco y duro.

Fatigado, descendió un día en un planeta calafateado por nieves eternas. Se dejó caer junto a una montaña gemidora y mirando hacia el espacio, hacia un solecito tibio y unos astros diminutos que lo acompañaban, decidió suspender la búsqueda, regresar a su estrella apagada, y el paroxismo de su soledad y desesperación, la blasfemia estalló en sus labios cuando dijo:

—He sido un iluso; el hombre no existe.

Decisión - Vivian Gornick

En 1907 Edmund Gosse pensó que tenía que dejar a su padre para convertirse en él mismo; setenta años después Geoffrey Wolff sabe que no puede hacerlo porque se ha convertido en su propio padre.

                                                                          FIN




El ahogado que nos traía caracoles - Gabriel García Márquez

Soñé con escribir un cuento del cual sólo tenía el título: El ahogado que nos traía caracoles. Recuerdo que se lo dije a Alvaro Cepeda Sumudio en una fragosa noche de la casa de amores de Pilar Ternera, y él me dijo: "Ese título es tan bueno que ya ni siquiera hay que escribir el cuento".

                                                                         FIN

El hombre - Gabriel García Márquez

El hombre había llegado caminando a un pueblo de artesanos y había preguntado por alguien a un hombre que laboraba con un tractor. Sin remedio: el tractor no volvió a funcionar. Lo mismo ocurrió a la máquina de coser de la costurera a quien hizo la misma pregunta poco después, y a todas las máquinas de oficios diversos con cuyos propietarios tuvo algo que ver. Hice muchas versiones antes de que el ángel de la guarda, que tan mal se ocupa de los escritores tercos, me convenció de que no insistiera más, por la razón más simple del mundo: era un cuento muy malo.

                                                                        FIN

El remordimiento - Jairo Aníbal Niño

Nadie supo jamás que Noé buscó desesperadamente el olvido en la borrachera del vino, porque el día gris en que el hambre y la desesperación empaparon al arca, él, en lo más oscuro de la bodega, había devorado la pareja de animales refulgentes de corazón dorado, capaces de cantar y con la facultad para contar historias por medio del baile. Eran los dos animales más bellos del mundo.

                                                                       FIN

El águila y los gallos - Esopo

Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas, hasta que al fin uno puso en fuga al otro.

El perdedor, resignado, se refugió en un matorral, dispuesto a pasar allí el resto de sus días. En cambio, muy ufano, el vencedor se subió a una tapia alta y se dedicó a cantar con gran estruendo. Mas no tardó un águila en caerle y raptarlo. 

Entonces el gallo que había perdido la riña se quedó con todo el gallinero.
              
                                                                   FIN

El león enamorado - Esopo

Un león, enamorado de la hija de un labrador, la pidió por esposa. El labrador, que no se atrevía a entregar a su hija a una fiera, ni tampoco podía negarse por el miedo que le tenía, se le ocurrió lo siguiente: como el león lo apremiaba continuamente, le dijo que lo consideraba digno de desposar a su hija, pero que no se la podía dar a menos que se dejara arrancar los dientes y cortar las uñas, porque esto es lo que le daba terror a la muchacha. El león, por amor, se dejó hacer las dos cosas, entonces el labrador, perdido todo el respeto hacia él, en cuanto se presentó lo echó a palos.

                                                                    FIN

El águila, el cuervo y el pastor - Esopo

Un águila se lanzó desde la cima de la montaña y atrapó un corderito.
Un cuervo, tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y no logró soltarse. 
Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, le recortó las puntas de sus alas y se lo llevó a sus niños.
Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, sólo es un cuervo, pero él se cree águila.

                                                                         FIN

Ícaro - Elmo Valencia

Ícaro comenzó a prepararse para la grande aventura. Cuando llegó el momento culminante levantó vuelo y comenzó a sondear el Universo de Cielo. Recorrió su cintura; bajó varias veces por los muslos hasta el límite de los pies; estudió con detenimiento el corazón, pues le mortificaba saber que ese órgano tan lleno de bondad y sabiduría fuera tan falsamente comprendido; atravesó la vía láctea de sus senos dejando en su pecho un resplandor de luz anaranjada. Se internó por la garganta y conoció la andrómeda de sus labios; subió hasta los dos astros de sus ojos, y allí por primera vez Cielo e Ícaro se miraron mutuamente. Le dio varias vueltas al planeta del cerebro, avanzó tal vez buscando el milagro de la vida por entre los brillantes tejidos de la carne, se cercioró de la blancura de los huesos y, finalmente, embriagado de tanta belleza, cayó en el torrente circulatorio de Cielo y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre, quedó girando y girando hasta que Ícaro se agotó como un meteoro.

                                                                        FIN

Amantes - Francisco Rodríguez Criado

Imposible ignorar la identidad de aquella mujer recostada sobre su pecho. Era su esposa, la madre de sus hijos, quién si no. Pero había regresado del sueño con tantos deseos de dar y recibir, que sucumbió a la fantasía más infame: pensó que era una desconocida y la estrechó cariñosamente entre sus brazos. Ella, envuelta aún en la resaca del sueño, no pudo sospechar que aquellos brazos dulces pertenecían a su marido. Nunca antes, reflexionaron cuando todo hubo acabado, habían sido tan infieles el uno al otro. El llanto de un niño, procedente de una de las habitaciones contiguas, no hizo sino agravar ese sentimiento. Y no por amor sino para repartirse la losa de la culpa, volvieron a abrazarse.

                                                                         FIN

La zorra y los racimos de uvas - Esopo

Una zorra hambrienta vio, colgados de una parra, unos deliciosos racimos de uvas.
Saltó varias veces y no pudo alcanzarlos. Al fin, se alejó diciéndose:

-Ni siquiera me agradan, están tan verdes.

                                                             FIN

La zorra y el leñador - Esopo

Una zorra, perseguida por los cazadores, llegó a la casa de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre la dejó entrar.
Casi de inmediato llegaron los cazadores y le preguntaron si había visto a la zorra.
El leñador les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señaló el rincón de la casa donde se había escondido.
Los cazadores no comprendieron la seña y se confiaron únicamente en la palabra.
La zorra, al verlos marcharse, salió sin decir nada.
-¿No me das las gracias por haberte salvado? -le reprochó el leñador.
Y la zorra respondió:
-Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.

                                                                    FIN

La zorra y el espino - Esopo

Una zorra que saltaba sobre unos montículos estuvo de pronto a punto de caerse. Se agarró a un espino para evitar la caída, pero sus púas le hirieron las patas.


-Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido -dijo, adolorida.

- Tu tienes la culpa por agarrarte a mí -respondió el espino-. Hiero a todo el mundo y tú no eres la excepción.

                                                                       FIN

El zopilote - Joaquin Filio

A la hora de comer, mientras cuchareamos la sopa, sus ojos nos contemplan hambrientos y aunque mamá agregue pimienta, limón o salsa, el plato que le fue servido permanece intacto.

                                                                           FIN

Una carrera - Aura García Junco

Iba corriendo con las manos llenas de letras; el cuerpo empapado de mil historias. El aliento era cada vez más veloz y desesperado y en el paso pesado tiraba palabras escurridizas. Cada vez más el camino que andaba se oscurecía de monosílabos, consonantes sordas, palabras surgidas del azar. Para cuando llegó, las manos estaban casi vacías y su cuerpo impregnado de sudor. Las suaves historias palpitaban en su pecho, revueltas entre sí de tantas y de agitación.
No llores, le dijo. Pon las pocas letras que quedan en la mesa, ya las cenaremos en un rato

                                                                        FIN

Alado - Aura García Junco

Piensas que puedes abrir las alas y volar al mundo. Piensas que puedes huir, huir lejos. Piensas, también, que el mundo es tuyo porque eres sabio, que eres un rebelde, un forajido. Al diablo, partamos. Te decides a emprender el camino difícil. Al salir, todo te parece posible; es más, parece que la libertad es aquello para lo que naciste. Te llenas los pulmones de aire de un respiro y ríes. Te hiperventilas de tanto espacio y luz. Y entonces, caes, de golpe, al suelo. O mejor, al mar.

                                                                        FIN

Solo el azar logra el crimen perfecto - Vladimir Nabokov

Madame Lacour fue asesinada en Arles, al sur de Francia, a fines del siglo pasado. Un hombre desconocido con barba, que, según se conjeturó después, podría haber sido un amante secreto de la dama, se dirigió a ella en una calle atestada de gente, al poco tiempo de su casamiento con el coronel Lacour, y le dio tres puñaladas mortales en la espalda; mientras tanto, el coronel, una especie de pequeño bulldog, se colgaba del brazo del asesino. Por una coincidencia milagrosa, en el instante mismo en que el asesino se libraba de las mandíbulas del enfurecido esposo (mientras varios curiosos cerraban círculo en torno al grupo), a un italiano medio chiflado, que vivía en la casa más cercana al lugar donde se desarrollaba la escena, le estalló accidentalmente una bomba que estaba preparando, y al instante la calle se convirtió en un pandemónium de humo, ladrillos que volaban y gente que corría. La explosión no hirió a nadie (aunque puso fuera de combate al coronel Lacour), y el vengativo amante de la dama huyó entre la multitud, y vivió tranquilamente el resto de sus días.

                                                                    FIN

Berta y los jorobados - Isaac Bashevis Singer

Nunca paseé con Berta en la calle. Le dictaba las clases en casa de una amiga de ella que era jorobada. Precisamente por ser jorobada no me intimidaba. Si todo el pueblo fuera de jorobados, me habría atrevido a pasear con Berta por la plaza. Pero, ¿cómo se consigue todo un pueblo de jorobados?

                                                                          FIN

Un héroe - Isaac Bashevis Singer

Caminé por mucho tiempo hasta llegar a un parque. Me senté en una banca totalmente anonadado por lo que me había sucedido. De hecho, ya no quería regresar a casa. Un hombre que va al baño y se pierde queda convertido en un ridículo. Se me ocurrió que era mejor desaparecer bajo extrañas circunstancias, y ese fue mi deseo: desaparecer como una piedra en un lago. Es mejor ser un héroe en una tragedia que un tonto en una comedia.
        
                                                                        FIN

El abuelo - Anónimo

Cuando mi abuelo tenía 70 años, el médico le recomendó que caminara 10 km diarios. Ahora tiene 80 años y no sabemos dónde está.

                                                                       FIN

Tomado de http://eltriunfoarciniegas.blogspot.com.ar/

Carrera - Jaime Fernández

Corro frenético por la calle hasta alcanzar el umbral; entro y tranco la puerta. Le he ganado la carrera a la parca. Abrazo a mi madre, quien me besa feliz y me estrecha entre sus brazos.
-No temas, hijo, ella nunca te va a alcanzar -me dice, con la ternura de siempre. Igual que cuando vivía en este mundo.

                                                                              FIN

Exposición - Jaime Fernández

Veo al hombre en la sala. Se aproxima, me observa con atención, intenta tocarme; hunde su dedo índice sobre el lienzo y alcanza mi rostro.

De nuevo la sala queda vacía.

                                                                       FIN

Una dentellada - Jaime Fernández

Agazapado entre los arbustos del parque el hombre siente, como una dentellada en su vientre, el abrazo y el beso clandestinos entre su mujer y el joven amante.

Más tarde, los tres cuerpos yacen sobre la piel húmeda del césped -en medio del ulular de sirenas-, y, sin saberlo, posan para la foto del diario amarillo de mañana.

                                                                   FIN

Un compositor - Roberto Abad

Hace cientos de años un compositor quedó atrapado en su obra cumbre: un lugar frío y aparentemente sin ventanas. Ahora que el lector ha llegado hasta aquí, después de mucho, el hombre redescubre la luz, la salida. No sabe cómo actuar, ha pasado tanto tiempo. Quiere decir gracias, pero no se atreve. Opta, finalmente, por irse al rincón, ya no le importa salir. A su edad, en lo único que piensa es en su muerte, que sucederá cuando el lector cambie de página.

                                                                               FIN

Lobos - Mátija Béckovic

Según una historia famosa del lejano norte, los cazadores de lobos mojan en sangre fresca un puñal de doble filo y clavan el mango en el hielo del desierto nevado. El lobo hambriento siente la sangre desde lejos, especialmente en el aire puro y punzante, bajo las estrellas altas y heladas, y pronto encuentra el anzuelo sangriento. Se corta la lengua lamiendo la trampa congelada. Chupa su sangre caliente de la hoja fría y no puede parar hasta que se desploma, repleto de su propia sangre.

                                                                          FIN

Tomado de http://eltriunfoarciniegas.blogspot.com.ar/

Aborto - Juan José Millás

Cuando mi tía Maruja tuvo un aborto, abrí a escondidas el tomo correspondiente de la enciclopedia Espasa, que estaba en la habitación de mis padres, y busqué la palabra para ver qué rayos era aquello de lo que sólo se podía hablar en voz baja. Decía así: 'Cosa sobrenatural, estupenda, rara o caprichosa que está fuera de las leyes normales'. De modo que mi tía había tenido una cosa sobrenatural, estupenda, rara o caprichosa que estaba fuera de las leyes normales. Aquello me excitó, y aunque no conseguí verle a mi tía la cosa sobrenatural por ninguna parte, supuse que la ocultaba debajo de la ropa, y de la ropa interior para ser más exactos.

                                                                         FIN

Hombrecillos - Juan José Millás

Estaba escribiendo un articulo sobre las últimas fusiones empresariales, cuando noté un temblor en el bolsillo derecho de la bata, de donde saqué, mezclados con varios mendrugos de pan, cuatro o cinco hombrecillos que arrojé sobre la mesa, por cuya superficie corrieron en busca de huecos en los que refugiarse.
                                                                           FIN

Pobrecito - Carlos Monsiváis

Y luego, había el niño de nueve años que mató a sus padres y pidió al juez clemencia porque él era huérfano.

                                                                      FIN

lunes, 15 de enero de 2018

Sueños - Daniel Castillo

Cuando dejaste de venir a visitarme, como todos los domingos, te confieso que me resistí a creerlo. Habíamos hecho tantos planes juntos: casarnos en la iglesia, adoptar dos preciosos chiquillos, viajar en bote alrededor del mundo…
No entiendo cómo pudiste abandonar nuestro sueño. Recuerdo que siempre decías que el optimismo es la única arma efectiva en este caótico mundo. Pero esta vez he decidido vencerte con tus mismas armas: hace solo unos días me he comprado un elegante esmoquin, he firmado en la agencia el certificado de adopción de dos preciosos chiquillos y hasta he pagado la cuota inicial de un pequeño bote de remos para dos.
Solo me falta una chica como tú, que no es tan difícil como crees. Aprovecho los domingos para buscar a la ideal en la fila de visitas, aunque las enfermeras de este asilo me miren con reprimida compasión.
Mientras tanto, cada noche, antes de acostarme, acomodo mi esmoquin en el armario, beso la foto de los chicos y amarro el bote a mi cama, para que no se lo lleve el viento. De vez en cuando, también, dejo la ventana entreabierta, para que puedas regresar volando, como en mis más locos sueños.

                                                                           FIN

EL templo - Alejandro Zaccardi

Le tenía terror al Templo, lugar silencioso de figuras muertas, y hombres vestidos de luto con caras duras y grises.
La gente murmuraba y se agachaba como si tuviese un peso terrible en sus espaldas. Siempre el lugar estaba iluminado por velas, en una oscuridad permanente que hacía todo más irreal.
Más adelante escuchó decir que ahí se hablaba del Amor de Dios. Que esos hombres de negro lo predicaban. Pero siempre lo dudó.
Nunca creyó que Dios se manifestara en ese Infierno.

                                                                           FIN

La herencia - León Tolstói

Un hombre tenía dos hijos.
—Cuando muera, lo partiréis todo a medias —les dijo en una ocasión.
El padre se murió y los hijos comenzaron a discutir sobre la herencia.
Finalmente, le pidieron a un vecino que les aconsejara, y éste les preguntó:
—¿Cómo dijo vuestro padre que dividierais la herencia?
Los hermanos contestaron:
—Nos recomendó que la partiéramos a medias.
—Entonces —dijo el vecino—, cortad en dos los trajes, romped la vajilla por la mitad, y partid en dos cada cabeza de ganado.
Los hermanos siguieron el consejo del vecino y se quedaron sin nada.

                                                                            FIN

La costura del tiempo - Ernesto Simón

En el año 2666 comenzó a rajarse la costura del tiempo. Desde entonces, la historia del mundo se dividió en dos versiones. Las letras se escribieron duplicadas. Todo se supo de dos maneras. El espejo se convirtió en matriz ineludible. Hubo un lado y hubo otro. Cuentan que los hombres nunca supieron de la misteriosa costura que Dios no había terminado de unir. Un trabajo mal hecho y la fatiga inesperada del Todopoderoso contribuyeron al malogrado final. La humanidad quedó condenada a conocer una sola de las dos versiones que cifran la historia.

                                                                             FIN

Rencor - Enrique Tamarit Cerdá

En cuclillas sobre el peñasco desde el que antaño vigilaba el rebaño, el cazador escudriña los matorrales. La posición y el relente le han entumecido las piernas y la atenta espera le ha embotado el seso. Adormilado, se ve de crío bajando a trompicones el cerro para contar en casa, entre sollozos, que el hijo del señorito se llegó hasta la tena para robar un lechazo y tiembla a cuenta de los correazos que recibe por descuidado. Se ve también de mozo, ajorrando pinos por jornales de miseria y, ya hombre, emigrando y quebrándose el lomo en trabajos de mierda, junto a la esposa a la que detesta y al hijo que lo detesta a él. Alborea cuando asoma su padre con el almuerzo y él se sobresalta y lo encara, enajenado. Se congestiona, le grita, se caga en la puta vida que lo ha tratado como a un perro, se echa la escopeta a la cara y le descerraja dos tiros. Luego le da frío y se arrebuja con las solapas. El charco de sangre alcanza un rodal de setas y le viene su sabor a la memoria.

                                                                      FIN

Metamorfosis - Lola Sanabria

Noche de luna llena. El acróbata trabaja sin red. Agarrado a la barra del trapecio, toma impulso, flexiona las piernas y se columpia. Cuando su cuerpo dibuja sobre las cabezas de los niños, la curva de una amplia sonrisa, suelta las manos, se gira en el aire, y cae en la pista sobre las almohadillas de sus cuatro patas.

                                                                            FIN

Cuanto más Otelos, más Pinochos - Ana Caliyuri

El libro amarillento dejaba ver las telarañas que lo envolvían. Soplé con inquietud el polvillo antiguo, después de todo siempre se aprende de aquello que el tiempo no ha destruido. Llamó mi atención el título: De Otelos y Pinochos, rezaba la tapa en rojo púrpura. Parece ser que en este depurado libro el mentado moro (Otelo) padecía raptos agudos de melancolía que lo impulsaban a continuas infidelidades con distintas damas de la época. Obviamente que la historia escrita por masculinas plumas ha ocultado la verdadera versión, y es más, parece ser que el caballero de su confianza fue Pinocho. En todos lados se cuecen habas, y en la literatura también. Cualquier similitud con el hoy es sólo cuestión de naturaleza humana…

                                                                           FIN

Determinismo - Camilo Fernández

Un rayo alcanza a un agricultor en pleno día mientras trilla la última hectárea de trigo en el sur de Corrientes. Instantes después, un motociclista frena a escasos centímetros de ser atropellado por un camión en Milwakee. Casi al mismo tiempo, un sacerdote es apuñalado por un grupo de monjas durante un ritual satánico al noreste de Torino. Esa misma tarde, la ciudad de Mandaori es prácticamente borrada del mapa junto a la mitad de sus habitantes. Antes, uno de los bloques de la pirámide principal del Louvre, colapsa sobre un turista japonés matándolo al instante.
En algún lugar de la nada, un gran tablero muestra la Tierra; a un costado, un Dios de semblante preocupado observaba su próxima jugada. En el otro extremo, con una sonrisa apenas dibujada, el Diablo se inclina para tener una mejor visual del juego, sabiendo que estaba muy cerca de convertirse en ganador.

                                                                      FIN

Filoso - Cristian Cano

—¿Por qué escribir? —preguntó exhalando humo.
—Porque nos obliga a despojarnos de lo que nos cierne.
—¿Y... para qué escribir?
—Para corregirnos —respondió—. ¡Bien pudiese yo vivir mil años para aprender de mis errores! Escribir es vivir más.
—¿Sabés qué buscás al escribir? —insistió.
—Sí. Vivir y dar vida.
—¿Y a quiénes considerás escritor?
—Eso es muy difícil de responder.

                                                               FIN

Restos de un personaje - Cristian Cano

Salta, repentino, un hombre delgado de movimientos ligeros, con pantalones que le llegan hasta la mitad de los tobillos, como los de una nueva Mantis. Y comienza a bailar sin decir ni “mu”: zapatea, patina y se queda quieto, pensando. Después desaparece. Voy dando vueltas y me hago café. Prendo el televisor e intento distraerme. No sé quién es: no habla. Juntando Muchas horas al Sol, se pone lento, anestesia el flujo y quiebra los colores. Pero nada de eso funciona, siempre termina por suceder la congregación de las sombras, ahí, en los rincones. Ahí, detrás de las patas de las sillas, en donde el mundo parece cambiar.

                                                                       FIN

Cenizas - Ana Caliyuri

En la espesa quietud, distingo una voz apagada. El silencio, padre de todas las voces, otrora audibles, pasea por la noche cual centinela sin causa. Luego, se atavía como siempre con todo lo invisible, deja su huella atemperada y entre sepulcros sin dioses huye hacia la nada. Yo permanezco impertérrita, por momentos soy abismos, por momentos oscurantismo y en segundos luz de bitácora. Despierto, de las cenizas resurge la voz no silente, de cara a un nuevo alba.

                                                                            FIN

La reserva - Ana Caliyuri

Siempre llego tarde al reparto; léase: distribución de papeles, bienes, cargos, mesas, cenas, libros, etc. El caso es que por tal motivo (el de estar a destiempo de los hechos) desarrollé los síntomas de una tara. Los médicos la denominan la tara …no sé qué, ellos siempre han sido muy reservados en sus diagnósticos y yo firme en la trinchera de la vida la sigo luchando; obvio, no soy de la reserva.

                                                                         FIN

Reversiones - Carlos Feinstein

Gregorio logró volver a ser humano, Para ese momento, todos los demás se habían convertido en insectos gigantes. El problema de Gregorio entonces fue claro, era el ser equivocado en el momento inoportuno. Con el tiempo aprendió que no importaba lo que hiciese, el estaba condenado a ser el repugnante de la sociedad. Habiendo aceptado la situación, se divertía incordiando a cualquier humano o insecto según el turno, que tuviera la mala fortuna de acercársele demasiado.

                                                                                 FIN

Zapatos - Daniel Frini

Dejó las pantuflas de bajar ascensores y se calzó las chinelas de transitar lobbies. En la puerta las cambió por mocasines de caminar veredas. Llegó a la esquina, se puso botas para saltar charcos y bajó a la calle. En la senda peatonal las reemplazó por sandalias de cruzar calzadas. Absorto en sus cosas, no prestó atención a la bocina de romper oídos y lo atropelló un auto que circulaba sobre ruedas de cansar ciudades.

                                                                             FIN

Luna - Enrique Anderson Imbert

Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos.
Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.
—¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...
Entonces, alzando la voz, dijo:
—Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.
—¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
—Y... alguien podría bajar desde la azotea.
—Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...
—Bueno: te diré un secreto. En noches como esta bastaría que una persona dijera tres veces "tarasá" para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
Entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá", se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.

                                                                           FIN

La fama - Enrique Anderson Imbert

El poeta la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos poetas que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?
La Fama, sin detenerse, miró al poeta por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:
-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un joven periodista abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para un estudio consagratorio. Te prometo que allí estaré.
-¡Ah, te lo agradezco mucho!
-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.
FIN

La escuela del hambre - Anónimo. Oriente.

Esta historia transcurre en el siglo XVII en Japón, durante un periodo de hambre.
Un campesino que no tenía con qué alimentar a su familla se acuerda de la costumbre que promete una fuerte recompensa al que sea capaz de desafiar y vencer al maestro de una escuela de sable.
Aunque no había tocado un arma en su vida, el campesino desafía al maestro más famoso de la región. El día fijado, delante de un publico numeroso, los dos hombres se enfrentan. El campesino, sin mostrarse nada impresionado por la reputación de su adversario, lo espera a pie firme, mientras que el maestro de sable estaba un poco turbado por tal determinación.
“¿Quién será este hombre?”, piensa. “Jamás ningún villano hubiera tenido el valor de desafiarme. ¿No será una trampa de mis enemigos?”
El campesino, acuciado por el hambre, se adelanta resueltamente hacia su rival. El Maestro duda, desconcertado por la total ausencia de técnica de su adversario. Finalmente, retrocede movido por el miedo. Antes incluso del primer asalto, el maestro siente que será vencido. Baja su sable y dice:
-Usted es el vencedor. Por primera vez en mi vida he sido abatido. Entre todas las escuelas de sable, la mía es la más renombrada. Es conocida con el nombre de “La que en un solo gesto lleva diez mil golpes”. ¿Puedo preguntarle, respetuosamente, el nombre de su escuela?
-La escuela del hambre -responde el campesino.
FIN

La escopeta - Juan Carlos Onetti

No era noche cerrada cuando estiré el brazo para encender la lámpara sobre la mesa. Era necesario que terminara de escribir mi artículo antes del alba y correr para echarlo al buzón y esperar acurrucado que volviera el cartero entre la bruma que el amanecer iba castigando con látigo del color exacto de la sangre fresca y brillante. Volvía muy gordo y tranquilo trayéndome el cheque mensual y era necesario apurarse y no fue más que encender la luz y oír el ruido de alguien tratando de forzar la cerradura y alrededor de mí la soledad de la aldea desierta, inmovilizada por la luna vertical justo en el centro geométrico del mundo tan inmenso con tantos millones de camas donde balbuceaban sus sueños personas diversas y dormidas, cada una con un hilo de baba rozando las mejillas y estirándose con dibujos raros en la blancura de las almohadas. Hasta que salté y me puse a un costado de la puerta preguntando muchas veces con un ritmo invariable quién es, qué quiere, qué busca. Y un silencio y el forcejeo rodeó la casita y continuó trabajando en una de las ventanas no recuerdo cuál, impulsándome en dos movimientos sucesivos, casi sin pausa, a matar con la palma de la mano la luz de la mesa y abrir el armario para sacar la escopeta y luego caminando de una ventana a otra y de una ventana a la puerta, según variaban los ruidos del ladrón, siempre preguntando hasta la ronquera qué busca, haciendo girar la escopeta, oliendo crecer desde el pecho y las axilas el olor tenebroso del miedo y la fatalidad.
Después de una pausa y un pequeño ruido de papeles, el hombre de la baba blanca habló detrás de mi nuca. Su voz era átona:
—Este sí que es fácil. Un sueño elemental. Hasta un niño podría interpretarlo. Yo soy el ladrón que busca saber, entrar en su ego. ¿Por qué tanto miedo?
FIN

Los esclavos - Jacques Sternberg

En el comienzo, Dios creó al gato a su imagen y semejanza. Y, desde luego, pensó que eso estaba bien. Porque, de hecho, estaba bien. Salvo que el gato era holgazán y no deseaba hacer nada. Entonces, más adelante, después de algunos milenios, Dios creó al hombre. Únicamente con el objeto de servir al gato, de darle al gato un esclavo para siempre. Al gato, Dios le había dado la indolencia y la lucidez; al hombre, le dio la neurosis, la habilidad manual y el amor por el trabajo. El hombre se dedicó de lleno a eso. Durante siglos construyó toda una civilización basada en la inventiva, la producción y el consumo intenso. Una civilización que, en suma, escondía un único propósito secreto: darle al gato cobijo y bienestar.
Es decir que el hombre inventó millones de objetos inútiles, y por lo general absurdos, sólo para producir los contados objetos indispensables para la comodidad del gato: el radiador, el almohadón, el tazón para la leche, el tacho con aserrín, el tapiz, la alfombra, la cesta para dormir y puede que incluso la radio, porque a los gatos les gusta mucho la música.
Sin embargo, los hombres ignoran esto. Porque lo desean así. Porque creen ser los bendecidos, los privilegiados. Tan perfectas son las cosas en el mundo de los gatos.
FIN

La encuesta - Slawomir Mrozek

Salgo de un supermercado y los de la tele van y me preguntan:
—¿Existe Dios o no existe?
—Ahora le digo —le contesto al del micrófono—, en cuanto me alise el pelo.
Saqué un peine del bolsillo y me alisé el pelo. Luego, me acordé de que tenía un grano en la nariz.
—¿Tal vez mejor de perfil? —le digo al de la cámara.
Me puse de perfil ante la cámara.
—¿Y si me acerco a casa para ponerme algo que me favorezca más? Vivo cerca.
No respondieron. Y no me he dado aún la vuelta cuando veo que ya no están a mi lado. Ahora encuestaban a una tipa. Y ya iba yo a meterme por medio —cómo voy a permitir que una tipa me arrebate una intervención en la tele—, pero se me había olvidado cuál era la pregunta, así que me fui a casa.
FIN

La elocuencia del silencio - Anónimo. India

Un padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible.
Por ese motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la filosofía vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno. El padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos filosóficos y enseñanzas metafísicas. Después, el padre preguntó sobre el Brahmán al otro hijo, y éste se limitó a guardar silencio.
Entonces el padre, dirigiéndose a este último, declaró:
-Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán.
FIN

La disputa - Anónimo. India

En el bosque habitaban el rey de los cuervos y el rey de los búhos, ambos con su legión respectiva de cuervos y búhos. Siempre habían compartido la paz del bosque, pero resulta que cierto día el rey de los cuervos y el rey de los búhos se encontraron y comenzaron a intercambiar impresiones. El rey de los cuervos preguntó:
-¿Por qué tú y tu legión de búhos trabajan por la noche?
El búho, sorprendido, replicó:
-Son ustedes los que trabajan por la noche. Nosotros trabajamos de día. Así que no mientas.
Y los dos reyes se enzarzaron en una discusión, ambos convencidos de que trabajaban de día. Hasta tal punto la discusión comenzó a adquirir un carácter de violencia, que la legión de cuervos y la de búhos se disponían a entrar en combate. Pero cuando la situación estaba llegando a su momento más crítico, apareció por allí un apacible cisne que, al enterarse de la disputa, dijo:
-Cálmense todos, queridos compañeros.
Y dirigiéndose a los reyes, dijo:
-No deben en absoluto pelear, porque los dos tienen razón. Desde sus perspectivas, los dos trabajan de día.
FIN

La dicha de vivir - Leopoldo Lugones

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
-Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol-. Es como si aquel volviera a nacer en la pureza del párvulo…
-Así lo creía y por eso vengo.
-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.
FIN

La curación de la hija del zar - Anónimo. Occidente

En el momento en que un joven mercader se embarcaba, un viejo pidió ser contratado.
—¿Cómo vas a trabajar tú, siendo tan viejo? —le dijo el joven.
—Soy muy trabajador. Puedo más que tres hombres. Te haré próspero. Solo pido como pago la mitad de lo que ganemos.
Llegaron a un país donde el mercader recibió el encargo de librar de un mal a la hija del zar. El viejo le entregó tres leños y una taza de agua, y le dijo lo que tenía que hacer. A medianoche, se levantó la hija del zar del ataúd. El mercader le tiró un leño, y ella se lo tragó. Le tiró el segundo leño, y se lo tragó también. Le tiró al tercero, e hizo lo mismo.
—Ahora te voy a comer a ti —amenazó la hija del zar.
—Espera. Déjame beber un poco de agua —le contestó el mercader.
Se llenó de agua la boca, y roció a la hija del zar. Ella se estremeció y quedó curada al instante. El joven se casó con la hija del zar y regresó a su casa con muchas riquezas.
—Ahora vamos a repartirlo todo —le dijo el viejo.
El hijo del mercader sacó su dinero y empezó a repartirlo en partes iguales.
—¿Por qué repartes solo el dinero? Hemos traído, además, a la hija del zar. Vamos a repartirla a ella también.
Tomó una espada y cortó a la joven en dos. El joven se afligió mucho y le dijo:
—¡Dios te ayude! ¿Por qué la has matado?
—¿De modo que te da pena? —constató el viejo.
Juntó las dos partes, dio un soplido y la princesa se levantó al instante, igual que era antes.
—Aquí tienes a tu mujer. Vive con ella como Dios manda -dijo el viejo, y desapareció.
FIN

La cueva de Montesinos - Enrique Anderson Imbert

Soñó don Quijote que llegaba a un transparente alcázar y Montesinos en persona -blancas barbas, majestuoso continente- le abría las puertas. Solo que cuando Montesinos fue a hablar don Quijote despertó. Tres noches seguidas soñó lo mismo, y  siempre despertaba antes de que Montesinos tuviera tiempo de dirigirle la palabra. Poco después, al descender don Quijote por una cueva, el corazón le dio un vuelco de alegría: ahí estaba nada menos que el alcázar con el que había soñado. Abrió las puertas un venerable anciano al que reconoció inmediatamente: era Montesinos.
-¿Me dejarás pasar? -preguntó don Quijote.
-Yo sí, de mil amores -contestó Montesinos con aire dudoso-, pero como tienes el hábito de desvanecerte cada vez que voy a invitarte…


FIN

La creación de la Tierra - Anónimo. Ruso.

Al inicio del mundo, deseó Dios crear La Tierra. Llamó al demonio y lo envió al fondo del mar para que cogiera un puñado de tierra y se la trajera.
“Pues bien”, piensa Satanás, “¡yo haré una tierra que sea igual, y para mí!”.
Se metió en el agua, cogió tierra en una mano, y también llenó de tierra su boca. Subió y le entregó a Dios, sin poder decir palabra alguna.
Por todos los sitios en los que arrojaba Dios la tierra, aparecía una superficie tan llana, que si uno se ponía en un extremo, veía todo lo que había en el otro.
Satanás lo vio, quiso decir algo y se atragantó.
Le preguntó Dios qué era lo que quería. Satanás empezó a toser, y echó a correr, tal fue el miedo que se apoderó de él. Huyó perseguido del trueno y del relámpago, que fueron golpeándolo. Y, allí donde caía, se fueron alzando collados y cerros. Donde tosía, crecía un monte. Y donde saltaba, se levantaban hacia el cielo picos de altísimas montañas. Así, recorriendo La Tierra, la surcó toda, y la cubrió de colinas, cerros, montes y picos altos.
FIN