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martes, 26 de diciembre de 2017

El monje - Iván Turgueniev

Conocí a un monje anacoreta, santo. Vivía con la sola dulzura de la plegaria y, embebido de esta, estuvo parado tanto tiempo sobre el suelo frío de la iglesia, que sus piernas, por debajo de las rodillas, se le hincharon y pusieron parecidas a columnas. Él no las sentía, se paraba y rezaba.
Yo lo entendía; yo, acaso, lo envidiaba, pero que él también me entienda y no me condene a mí; a mí, que no accedo a sus alegrías.
Él consiguió eliminarse a sí mismo, a su odiado yo; pero es que yo también no rezo no por amor propio.
Mi yo, acaso, me es aún más pesaroso y repulsivo que su él a él.
Él encontró en qué olvidarse de sí mismo… pero es que yo también encuentro, aunque no de modo tan constante.
Él no miente… pero es que yo también no miento.
FIN

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