Cada tarde de domingo, después de dormir la siesta, Arístides selevantaba y decía «tra», «cri», «plu» o incluso «tpme». Lo pronunciaba en voz muy alta, con absoluta elocuencia, sin tener ni idea de lasrazones. No le venían a la mente jirones del sueño interrumpido,imágenes concretas, deberes inmediatos. Ni siquiera vocablos deentre las decenas de miles que, muy supuestamente, conocía. No. Loque decía Arístides, y lo expresaba bien claro, era «fte», «cnac», «bld».Medio dormido, sin afeitar, él volvía a ser alguien anterior al léxico. Así, durante un momento, antes de entrar otra vez en el mundo, era desmesuradamente feliz sintiendo que tenía todo el lenguaje pordelante
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