Luego del accidente me cercenaron cinco de los diez dedosde las manos. Mi único dedo pulgar se ha engrosado y se ha hecho más ágil y pendenciero. Se mueve a voluntad,aprieta y presiona. Lo piensan optimista porque apunta siempre para arriba, pero lo hace en el sentido de los Césares romanos. Mi único dedo índice ha desarrollado las habilidades de unpuntero láser. Gracias a sus juegos incontenibles, nos hanechado de varios lugares.Mi único dedo medio, cada día más afrentoso, se levanta antes que todos. Mis vecinos han comenzado a dejar desentir lástima por mi accidente.
Mi único dedo anular ha descubierto que su flexibilidad lepodría ganar un espacio en el circo: disciplinado ensayador,si tan solo pudiésemos aplaudirlo.Mi único dedo meñique se ha convertido en un experto de la prestidigitación: lidera, organiza, planea. Es un pequeño Napoleón.Mis únicos cinco dedos no extrañan a los caídos en elaccidente en días laborables, pero los fines de semana losrecuerdan cuando nos sentamos frente al piano, y tal comomi marido, el de los diez dedos, no tocamos nada.
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